lunes, 8 de noviembre de 2010

Costureras

De chico mi madre me decía de vez en cuando: “Anda, vamos a la costurera”. La costurera se llamaba Ana, creo que Ana Cruceira. La recuerdo, no sé si bien, como una señora gruesa y con algún problema de movilidad, posiblemente fuera alguna cojera o alguna anomalía en los pies. Vivía en un patio de vecinos junto al refino –nombre que se daba allí a una mercería- que tenía mi abuelo en la calle Real, frente al bar El Deán y a la tienda de ultramarinos La primera de la Isla. El patio de vecinos era un corredor al aire libre que tenía habitaciones a ambos lados, en las que vivían familias que ocupaban 1, 2 o 3 de ellas. Las paredes exteriores eran blancas, blanquísimas, y tenían colgadas macetas con flores de colores vivos.

Ana, la costurera, era ya mayor. Tenía la voz un tanto ronca y, según decía mi madre, cosía muy bien. Coser bien quería decir que hacía bien vestidos por encargo y a medida. Recuerdo que los modelos los elegía mi madre de entre los que aparecían en unas revistas que Ana tenía en su taller y sobre los que se podía hacer alguna ligera variante. Había, luego, que ir una o dos veces a hacer pruebas antes de que el vestido quedara listo y mi madre se lo pudiera llevar. Tengo un recuerdo difuso de que Ana llegó a hacerme a mí algún pantalón corto, aunque no sé a ciencia cierta si esto fue así.

El caso es que no me podía yo imaginar que, después de muchos años (¡qué barbaridad de años!), iba yo a volver a una costurera para que le hiciera vestidos a Yolanda. Ahora, en Madrid, lo primero que debo decir es que no estoy seguro de que a Mencía González-Barros se le pueda decir que es una costurera. En realidad es una espléndida diseñadora de todo tipo de vestidos que, a diferencia de lo que hacía Ana, no copia de revistas, sino que, a partir de lo que le pide la clienta, prefiere crear, inventarse el modelo, ser original, imaginarse una caída, un cuello distinto o unas mangas con más gracia. Mencía no trabaja en ningún patio de vecinos, sino en un pequeño taller de la calle Gravina en donde diseña, cose, prueba y, sobre todo, desarrolla su creatividad. Da gusto verle la cara cuando una clienta le dice lo que quiere que le haga y le pregunta cómo podría ser alguna parte del vestido. Pone entonces su mente a funcionar y trata de construir su obra como si de un edificio se tratara. No en vano su tienda y su obra responden a la marca Arquitectura Humana, porque su interés está en edificar el vestido con las mejores telas, los perfiles más limpios y los diseños más elegantes.

A veces, cuando salimos de su taller, me vuelvo a la infancia, al patio aquél de vecinos. Es como si funcionara lo del eterno retorno, pero no es igual. Afortunadamente, lo que en la Ana de mi infancia era una buena técnica, en Mencía se ha transformado en arte. Así que no sé si le cuadrará bien lo de costurera.




viernes, 5 de noviembre de 2010

Democracia


Pero ¿qué es lo democráticamente aceptable, criticar para que se gobierne mejor o impedir que se gobierne?

jueves, 4 de noviembre de 2010

No entiendo






No entiendo cómo los de la derecha abuchean y critican las medidas que ha tomado Zapatero, tan parecidas a las que habrían tomado ellos. ¿No parece que lo que quieren, más bien, es el poder y no tanto resolver los problemas del país? ¿Y para qué querrán el poder, si no hacen nada por mejorar la situación?

No entiendo la crítica que le está haciendo la izquierda a Zapatero. ¿Qué es lo que van a conseguir de rebote?

No entiendo la ingenuidad de pensar que el PP lo va a hacer de forma más favorable para los ciudadanos y, especialmente, para los más necesitados.

No entiendo tanta permisividad con los que no respetan los valores de la Constitución.

No entiendo que a un ciudadano extranjero se le pidan papeles, y a uno nacional, que, con ropita de marca y ondeando bichos negros, berrea en cualquier sitio, no se le exija nada.

No entiendo tanta tolerancia con los que fomentan el odio y la tensión.

No entiendo tanta calma cuando se están despertando enfurecidos y se están colando por todas las rendijas.

No entiendo este país.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Malos olores / 4



Hace días que no tengo ocasión de ponerme a escribir en el blog, que sobrevive de inspiraciones pasadas. Hoy me doy cuenta de que un hedor descomunal se ha instalado en el ambiente y tengo que quitar de delante la podredumbre que lo ha producido.

Resulta que un apestoso viejo de mente y demente cuenta de nuevo y sin rubor que se ha acostado en Japón con dos niñas de 13 años, a las que llama “las muy putas”, como si supiera lo que dice y lo que hizo con eso. La apestosa, antipática e ignorante dirigente de una Comunidad Autónoma justifica al viejo machista y pedófilo diciendo que la literatura es la literatura y que a otra cosa, mariposa. El apestoso encargado de comunicación del mismo partido de la dirigente añade, con dureza en la cara y en el alma y con los mismos afanes exculpatorios, que la política no debe confundirse nunca con la literatura. Parece que quieren dar a entender que los polvos japoneses eran simples polvos literarios imaginados por una mente desocupada y ocurrente. Por otra parte un apestoso escritor, que definitivamente se va a morir sin que yo lo lea, se atreve a insultar a un ministro porque lloró en el acto de su despedida. Ayer lloré yo y, mientras me secaba los ojos con el pañuelo, aproveché para mandar a hacer puñetas a este ilustre y estúpido usuario del lenguaje para decir tonterías. Y otro apestoso, un alcalde castellano, machista, irrespetuoso, zafio, basto y ordinario, confunde a una ministra con un objeto de deseo y lo dice en público como el que hace una gracia, haciendo realmente alarde de lo que de verdad es y sin que tengan ningún valor las barbaridades que escupió por su apestosa boca.

Hay una buena parte del país que tolera esto. Incluso que lo aplaude. Es una de las razones por la que me duelen mucho los recortes en educación. Mal futuro nos espera como no intentemos que se vaya tomando conciencia de lo que es una vida realmente humana y de los brutos que van copando los predios mediáticos y cuyas babas malolientes se van colando mansamente por cualquier resquicio que encuentran en su camino.



martes, 2 de noviembre de 2010

Embobados


"Y, embobados, los votarán". En el blog de Rosa María Artal.

La boda


He estado en una boda como Dios manda, con cura, vestido blanco con cola, pedrería fina, fracs, banquete, risas, vivas, sable para partir la tarta, sorpresas y emociones variadas. Todo muy bien. Ha sido una ocasión espléndida para reunir a miembros de la familia dispersos por la vida o, como es mi caso, por una peculiar y poco aglutinadora idea de los parentescos.

Lo de los parentescos ha sido lo peor del acontecimiento. Como no tengo facilidad para concentrarme durante mucho tiempo en los eventos en sí mismos, sino que se me va la cabeza y me pongo a pensar, me di cuenta de que ya había conocido a lo largo de mi vida a mi abuelo, a su hija, que era mi tía, a su nieta, que es mi prima y la madre del novio, que sería bisnieto de mi abuelo, y a los sobrinos del novio, los nietos de mi prima, que serían tataranietos, o así, de mi abuelo. He visto ya cinco generaciones. Seguramente esto sólo es posible en estos tiempos en los que la esperanza de vida es alta.

Desconozco cuál es el parentesco que me une con el hijo de mi prima, si es primo, sobrino u otra cosa distinta. No tengo la menor idea de lo que serán respecto a mí los nietos de mi prima, unos chicos encantadores y educadísimos, lo cual hoy es raro de encontrar. El caso es que quise contarle a la hija de mi prima una anécdota de mi abuelo, que era su bisabuelo, y me formé tal lío intentando contarle los parentescos desde su punto de vista, para que lo entendiera mejor, que creo que ni me expliqué ni, lógicamente, captó el mensaje.

Quise interpretar el origen del frustrante relato y me tropecé con la fuente de la angustia. Cinco generaciones. La silla que antes viajaba mirando hacia delante ahora ya está de costado y dentro de nada mirará hacia atrás. Es la urgencia por vivir. Es el río que se acerca a la desembocadura y que misteriosa y peligrosamente se ensancha, como si el delta fuera una dulce mentira para suavizar la llegada al mar.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Yo conmigo




Voy en el tren. No voy con nadie. No tengo conexión a Internet. No tengo contacto con la actualidad ni con las redes sociales. Tengo un ordenador en donde escribo, pero que no me lleva a ningún espacio distinto del de la butaca en la que estoy y la mesa en la que escribo. Es la soledad que me hace no estar con nadie, pero que me mantiene, sin embargo, volcado hacia el interior de mí mismo.