domingo, 10 de mayo de 2009

Egopatías / 16


Como no tenía nada interesante que hacer con su propia vida,


se dedicaba a inmiscuirse en la vida de los demás.




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sábado, 9 de mayo de 2009

viernes, 8 de mayo de 2009

¿Transporte? ¿público?


Hace unos días fui a Madrid en transporte público. Tomé uno de los autobuses verdes que unen la capital con las ciudades del extrarradio. El conductor del autobús era un hombre joven y amante de la música, tanto que nos estuvo obsequiando todo el viaje con unos variados sonidos a alto volumen que los pasajeros teníamos que oír, quisiéramos o no. A veces él mismo, haciendo gala de un pésimo oído, tarareaba en voz alta la melodía que nos imponía desde su puesto de mando. El autobús era uno de estos modernos, cerrado casi herméticamente y preparado para ser usado con aire acondicionado. Pero el aire que disfrutábamos era simplemente el que circulaba de manera natural dentro del autobús. Hacía tanto calor allí dentro que llegué a pensar que debía estar puesta la calefacción, mientras en el exterior había 27 ºC.
Cuando llegué a Madrid, tomé un autobús urbano en el que reinaba el mismo calor que en el anterior. En este caso el calor se compensaba parcialmente con los escalofríos que producía el conductor al tomar las curvas a gran velocidad.

La vuelta la hice en otro autobús verde a eso de la 1 de la mañana. El conductor, que también tenía algo de prisa, se entretenía charlando con una señorita que, instalada en el primer asiento delantero y que ya llegó dentro del autobús a la primera parada, le daba conversación mientras él realizaba su trabajo. Recordaba yo unas inscripciones, que antes ponían en la entrada de los autobuses, que informaban de que estaba “Prohibido escupir en el suelo” y “Prohibido hablar con el conductor”. Supongo que el motivo de esto último era no distraer al chófer y procurar que estuviera atento a lo que pudiera ocurrir mientras conducía.

Ignoro si los conductores de los autobuses en los que me monté eran funcionarios, de esos de los que habla para insultarlos nuestra nunca bien ponderada doña Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid. Es posible, más bien, que fueran trabajadores de alguna de las empresas privadas que se encargan de los transportes en la ciudad y en la región. No vi, por otra parte, como hace años que no los veo, ningún inspector o similar que controlara la actividad de estos conductores. El caso es que, al comprobar la mala calidad del servicio que se me ofrecía, que contrataba sensiblemente con las bravuconadas que con aire avejentado profiere la citada señora presidenta, me quedaron pocas ganas de volver a usar el transporte público.
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jueves, 7 de mayo de 2009

¿Cómo educar a un hijo?


Estoy leyendo un libro interesantísimo escrito por Héctor Abad Faciolinde y titulado El olvido que seremos. No lo he terminado, pero de momento es el relato que hace un hijo de cómo fue educado por su padre, al que adoraba.

Quiero trascribir aquí un párrafo porque pone de manifiesto con claridad un estilo de educación, una forma de construir al hijo como ser humano.

Te confieso que yo no sé en qué sentido pronunciarme, si a favor o en contra de ese estilo. Pero me gustaría que, si tienes alguna opinión sobre este texto, que la pongas aquí porque así aprenderemos todos un poco. Gracias.

El texto dice así:

"Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: “Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad”. Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices. Él nunca nos golpeó, ni siquiera levemente, a ninguno de nosotros, y era lo que en Medellín se dice un alcahueta, es decir, un permisivo. Si por algo lo puedo criticar es por haberme manifestado y demostrado un amor excesivo, aunque no sé si existe el exceso en el amor. Tal vez sí, pues incluso hay amores enfermizos, y en mi casa siempre se ha repetido en son de chiste una de las primeras frases que yo dije en mi vida, todavía con media lengua:

-Papi: ¡no me adores tanto!"
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miércoles, 6 de mayo de 2009

¿Murió o se murió?


Escribí el otro día un post sobre mío Enrique, que ha muerto.

Me viene una duda gramatical. ¿Es lo mismo decir que mío tío “ha muerto” o que “se ha muerto”? ¿Qué añade, si es que añade algo, el “se”?

Veamos algunos casos parecidos. Cuando uno abandona un lugar, en el norte es frecuente oír decir que ”marchó”. En cambio, en el sur se oye más decir que “se fue”. No sé si con el “se” se quiere insistir en el hecho de que fue él mismo el que abandonó el sitio y no simplemente constatar que desapareció. No estoy seguro de que esto sea así.

¿Es el “se” de “se murió” un “se” reflexivo, como en el caso de lavarse o mirarse? ¿Se muere uno mismo o la muerte viene como de fuera y uno se encuentra muerto cuando le llega el momento? Recuerdo un verso de Rilke que leí hace mucho tiempo y que no he vuelto a encontrar escrito, en el que el poeta le reza a su Dios pidiéndole:

Señor, dale a cada cual su propia muerte.

Si es "el Señor" el que da la muerte, el que la recibe, “muere”. En cambio, si la muerte se entiende como el cese de la actividad en la vida de alguien, quizás en este caso se podría entender como que “se muere”. Pero el acto de morirse suele ser involuntario, supongo yo, por lo que el “se” parece que pierde mucho del significado que se le podría suponer.

Si comparamos el morir con el vivir, podemos decir “ X murió” o “X se murió”. Decimos también que “ Y vive”, pero no que “Y se vive”. ¿Qué aporta el “se” en el caso de la muerte?

Me gustaría saber tu opinión sobre este asunto.

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martes, 5 de mayo de 2009

El eco del ego


El eco se parece un poco al espejo porque te devuelve una imagen sonora que te hace ver no sólo que has dicho algo, sino que te permite comprobar lo que has dicho o, al menos, parte de ello.


Llevo varios post hablando de lo que he llamado egopatías, esto es, enfermedades del ego. Las entiendo como el aspecto psicológico del individualismo que poco a poco va metiendo como algo natural en la vida el neoliberalismo, esa ideología nefasta que no sólo defienden Esperanza Aguirre, Aznar, Bush, Margaret Thatcher y, antes, Reagan, sino un buen montón de los que tienen que ocuparse de sus dineros por encima de todas las cosas.


Me llegó diás atrás el eco del ego en un artículo que publicó Juan Cruz en El País del 26 de abril, titulado precisamente Ego. Recogía en él, sin llamarlas así, algunas egopatías con firma famosa, como, por ejemplo, una de Chateaubriand traída por Josep Ramoneda:

Se creía que estaba sordo porque no oía hablar de él.

Es una preciosa fotografía de muchos ciudadanos actuales que profesan este tipo de sordera vital.


Cita Juan Cruz un libro que, sin duda, promete: Literatos, del chileno José Palomo. Se recogen en él frases reveladoras del ego de los escritores, como la de Albert Camus, que dice:

La necesidad de estar en lo correcto es un signo de una mentalidad vulgar.

Todo esto del ego tiene una intención que para mí es clara. Estudiando el ego de los demás, puedo tener una idea más clara de mi propio ego y puedo tener más cuidado de no caer en alguna egopatía.

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lunes, 4 de mayo de 2009

Mi tío Enrique

Ha muerto mi tío Enrique. Fumaba desde que lo conocí, y lo conocí siendo yo muy chico. Ha muerto de eso, de fumar.

Una de las últimas veces que lo vi me dijo, poniendo su mano en mi hombro para ayudarse a andar:

Hombre, Manolo, qué buenos ratos pasamos cuando tú eras chico ¿te acuerdas?

Claro que me acordaba. Yo de chico -o de pequeño, como quieras- era un niño bueno (a los alumnos, a veces, les digo en broma que aún sigo siéndolo, pero no estoy seguro de si, además de ser esto una broma, es verdad). Era, además, como dice Héctor Abad Faciolince en su precioso libro El olvido que seremos, "de una índole mansa", por lo que aceptaba muy bien la manera que tenía mi tío Enrique de tratarme. Me hacía fiestas y carantoñas, jugaba conmigo, me atendía, procuraba que me sintiera feliz. Es decir, me hacía las cosas que un niño -y cualquiera- necesita para sentirse querido. Yo recuerdo que le devolvía el juego y en nombre de esa correspondencia más de una vez fueron a parar al suelo sus gafas. Las cosas de los niños.

Mi tío tenía una cierta consideración de persona un tanto especial o, quizás, un tanto rara. Vivía en Cádiz, pero se cortaba el pelo en San Fernando, en donde además compraba ciertas cosas, mientras que otras las adquiría en Chiclana. Iba a por lo que quería a donde entendía que era el mejor sitio. Tampoco le gustaba que mi tía, entonces su novia, se dedicara a coger puntos a las medias. Esta era una labor consistente en reparar las carreras que aparecían en las medias de las mujeres cuando se rompían. Con una especie de aguja apropiada para esa labor, se trataba de ir tejiendo, reelaborando la trama perdida del tejido, hasta dejar la media de nuevo como si nada hubiera ocurrido. Era una labor de mucha precisión visual que mi tío consideraba que no era buena para los ojos.

A mí estas supuestas rarezas me parecían siempre muy normales. Quién sabe si eso que pienso ahora de que ser normal es cada vez más raro y que, en cambio, ser raro es cada vez más normal se empezó a fraguar entonces.

Durante muchos años dejé de verlo. Vivía fuera y nunca coincidíamos, salvo en los entierros, que son ocasiones para volver a reunir a la familia. Últimamente lo veía más. Sus dos grandes aficiones eran fumar e ir a misa. En la iglesia lo veía cada vez que yo llevaba allí a mi madre. Decía con frecuencia que se encontraba todo lo bien que podía estar, pero que no tenía ningún interés en quedarse en este mundo para siempre, que llegaría un día en el que se moriría.

Ahora que ha muerto, he pensado estos días en la inmortalidad, en el deseo de inmortalidad tan común entre la gente. Yo tengo muchas ganas de vivir intensamente esta vida, pero no tengo ninguna sensibilidad para la inmortalidad ni para la eternidad. Estas aspiraciones me parecen una extravagancia. El reto creo que es vivir, hacerlo como un ser humano, hacerlo bien, y luego morirse. No tengo, que quede claro, la menor gana de morirme y de los muertos sólo tengo una cierta envidia relacionada con eso que dicen de ellos de que descansan en paz. Eso sí que me apetece, pero sólo una temporada, que luego tanta paz embota.

Gracias, tío, por lo que me quisiste. Yo te quise lo que pude.
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sábado, 2 de mayo de 2009

De por qué la mandé a tomar vientos otra vez


Voy a dar algunas cifras que todo español y, especialmente, todo madrileño debería saber.


Algunos sueldos anuales en 2008:

  • Presidente del Gobierno de España: 91.982,40 €.

  • Vicepresidente del Gobierno de España: 86.454,36 €.

  • Ministro del Gobierno de España: 81.155,04 €.

  • Presidentes del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional: 146.342,58 €.

  • Presidenta del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid: 107.361,94 €

  • Vicepresidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid: 103.067,41 €.

  • Consejeros del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid: 98.773,01 €.

Algunos sueldos anuales en 2009:


Los miembros del Gobierno de España tienen el sueldo congelado, por lo que cobrarán lo mismo que en 2008.

La Presidenta de la Comunidad de Madrid se comprometió en junio de 2008 a no subir el sueldo de los altos cargos de su administración.

Sin embargo, tanto ella como los altos cargos de su administración van a ganar en 2009 un 0,6 % más que en 2008. La excusa que ponen es que este incremento "no es una subida salarial", sino que se debe a la equiparación que el Gobierno de la Nación estableció entre los sueldos de los secretarios de Estado y sus homólogos autonómicos, pero que no pudo contemplarse en los presupuestos de 2008. A esta equiparación podrían renunciar, pero no lo han hecho, con lo que sus sueldos anuales en 2009 son los siguientes:


  • Presidenta del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid: 108.044,44 €.

  • Vicepresidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid: 103.684,32 €.

  • Consejeros del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid: 99.364,08 €.

Para reducir costes, sin embargo, en la Comunidad de Madrid se despidieron a las educadoras antidrogas de los colegios, se redujeron los cheques-libro y se eliminaron las plazas gratuitas en las escuelas infantiles, por no hablar de las dotaciones a la enseñanza pública.


6 de abril de 2009. Doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Murillo y presidenta del Gobierno de la Comunidad de Madrid, en la Asamblea de Madrid manifiesta que

si todos los españoles fueran funcionarios, habría colas, escasez, hambre, miseria y corrupción.

La señora Presidenta es funcionaria del Cuerpo de Técnicos de Información y Turismo y se desconoce si al pronunciar estas palabras estaba pensando en ella o eran otros los destinatarios de sus graciosas hipótesis. Desde 1983, esta funcionaria distinguida se dedica a administrar el poder en las diversas administraciones del Estado, aunque ha manifestado en muchísimas ocasiones que en lo que cree es en lo privado, no en lo público.


20 de abril de 2009. La señora Presidenta del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid vuelve a sentenciar:

"Es una vergüenza que quienes tienen un empleo fijo y garantizado, como los funcionarios, tengan una subida del 5% cuando los precios bajan el 1% y cuando
7.000 españoles van al paro todos los días".

Añadiendo que

"Si no hemos congelado el sueldo a los funcionarios es porque no nos deja la ley del Estado".

Con tanto respeto como fuerza, y pensando en la educación, en la sanidad, en los espionajes, en las corrupciones, en su sueldo incrementado y en tantas cosas de la Comunidad de Madrid, me permito mandar a esta señora otra vez a tomar vientos freescos y a desear que, si es posible, se quede allí.


Fuentes: 20 minutos, Público, El tiempo, El País, El País

viernes, 1 de mayo de 2009

El otro trabajo



Alguien inventó una vez una sustancia milagrosa que, al añadírsela a la mierda, la convertía en incolora, inodora, insípida e inmaterial. No dejaba de ser mierda, pero era más difícil de detectar.

A aquel niño le habían echado encima paletadas y paletadas de esa mierda misteriosa, hasta dejarlo prácticamente sepultado. Toda la cultura del momento estaba entonces impregnada de esta mierda y se transmitía a través de la educación, de los medios de comunicación, de las familias, de los vecinos y hasta de la comida. La mente del niño había quedado encurtida y narcotizada por los efluvios invisibles, pero efectivos, de aquella mierda transformada.

La realidad, a pesar de estar regida por las decisiones racionales, por la legislación científica y, según afirman algunos con vehemencia, por algún dios, tiene atravesado en su interior un canal indispensable por el que discurre el azar. Fue el azar precisamente el responsable de que un día ese niño, ya mayorcito, se diera cuenta de que era portador de una cantidad considerable de mierda. Entendió entonces lo que era la vergüenza, nada comparable con los pudores hacia la desnudez física o hacia el vestido fuera de la moda que le habían contado hasta entonces. Lo que había descubierto era la vergüenza que producía la conciencia de no pensar ni actuar como un ser humano.

Comenzó entonces el arduo y pundonoroso trabajo de quitarse toda aquella mierda de encima, de darse martillazos contra su propia coraza hasta destrozar su lamentable envoltura y poder volver de nuevo a ser niño, al punto de partida desde el que intentar conquistar su propia humanidad.


Le quedan todavía restos de mierda, porque desprenderse de tan pegajoso acompañante no es ni fácil ni cómodo, pero confía en poder ser cada vez más él mismo. Aún sigue trabajando.

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