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jueves, 28 de junio de 2012

lunes, 8 de noviembre de 2010

Costureras

De chico mi madre me decía de vez en cuando: “Anda, vamos a la costurera”. La costurera se llamaba Ana, creo que Ana Cruceira. La recuerdo, no sé si bien, como una señora gruesa y con algún problema de movilidad, posiblemente fuera alguna cojera o alguna anomalía en los pies. Vivía en un patio de vecinos junto al refino –nombre que se daba allí a una mercería- que tenía mi abuelo en la calle Real, frente al bar El Deán y a la tienda de ultramarinos La primera de la Isla. El patio de vecinos era un corredor al aire libre que tenía habitaciones a ambos lados, en las que vivían familias que ocupaban 1, 2 o 3 de ellas. Las paredes exteriores eran blancas, blanquísimas, y tenían colgadas macetas con flores de colores vivos.

Ana, la costurera, era ya mayor. Tenía la voz un tanto ronca y, según decía mi madre, cosía muy bien. Coser bien quería decir que hacía bien vestidos por encargo y a medida. Recuerdo que los modelos los elegía mi madre de entre los que aparecían en unas revistas que Ana tenía en su taller y sobre los que se podía hacer alguna ligera variante. Había, luego, que ir una o dos veces a hacer pruebas antes de que el vestido quedara listo y mi madre se lo pudiera llevar. Tengo un recuerdo difuso de que Ana llegó a hacerme a mí algún pantalón corto, aunque no sé a ciencia cierta si esto fue así.

El caso es que no me podía yo imaginar que, después de muchos años (¡qué barbaridad de años!), iba yo a volver a una costurera para que le hiciera vestidos a Yolanda. Ahora, en Madrid, lo primero que debo decir es que no estoy seguro de que a Mencía González-Barros se le pueda decir que es una costurera. En realidad es una espléndida diseñadora de todo tipo de vestidos que, a diferencia de lo que hacía Ana, no copia de revistas, sino que, a partir de lo que le pide la clienta, prefiere crear, inventarse el modelo, ser original, imaginarse una caída, un cuello distinto o unas mangas con más gracia. Mencía no trabaja en ningún patio de vecinos, sino en un pequeño taller de la calle Gravina en donde diseña, cose, prueba y, sobre todo, desarrolla su creatividad. Da gusto verle la cara cuando una clienta le dice lo que quiere que le haga y le pregunta cómo podría ser alguna parte del vestido. Pone entonces su mente a funcionar y trata de construir su obra como si de un edificio se tratara. No en vano su tienda y su obra responden a la marca Arquitectura Humana, porque su interés está en edificar el vestido con las mejores telas, los perfiles más limpios y los diseños más elegantes.

A veces, cuando salimos de su taller, me vuelvo a la infancia, al patio aquél de vecinos. Es como si funcionara lo del eterno retorno, pero no es igual. Afortunadamente, lo que en la Ana de mi infancia era una buena técnica, en Mencía se ha transformado en arte. Así que no sé si le cuadrará bien lo de costurera.




martes, 12 de agosto de 2008

Las cobijadas de Vejer

Una de las huellas que se pueden encontrar en Vejer de la Frontera y que recuerda su pasado árabe y musulmán es un traje tradicional que todavía poseen algunas de sus habitantes, aunque hoy no se use habitualmente. Se trata de un vestido largo hasta los pies formado por varias enaguas. La más exterior es levantada por la mujer cubriéndose con ella la cabeza y dejando un hueco en uno de sus ojos para poder ver a través de él. La mujer así vestida es denominada una “cobijada”. Debajo del vestido, la mujer llevaba una camisa que mostraba, según los adornos que portara, su nivel social

El célebre cuadro de Francisco Prieto Santos, “Las cobijadas de Vejer”, actualmente en el Museo Provincial de Cádiz, nos da una imagen de los vestidos de estas mujeres.


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En alguna de sus calles, podemos encontrar el siguiente relieve



Todavía hoy, en las fiestas que se celebran en verano en Vejer, se elige una especie de reina de las fiestas a la que se denomina la "Cobijada mayor".



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lunes, 11 de agosto de 2008

Vejer y Chefchaouen

Cuenta la leyenda que, cuando España estaba gobernada por los musulmanes, un emir marroquí, Sidi Ali Ben Rachid, se enamoró de una muchacha de Vejer llamada Zhora. Cuando los musulmanes fueron expulsados del país, ambos emigraron a Marruecos y el emir, para paliar la añoranza que tenía su amada de su pueblo, mandó construir uno similar, que se conoce actualmente como Chaouen o Chefchaouen. Desde el año 2000, ambas ciudades están hermanadas.

Construir el mundo que hace feliz al otro. Eso es el amor.

Vejer de la Frontera es uno de los pueblos blancos más representativos de la provincia de Cádiz.








Chefchaouen, en la región del Rif, fue considerada durante algún tiempo una ciudad sagrada. Sus calles están decoradas en colores blanco y añil y la fisonomía de sus habitantes recuerda su origen andalusí.







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