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sábado, 19 de octubre de 2019

Buenas noches. Tabla de salvación




Vivo mi propio mundo, que está dentro del mundo de todos. Mi mundo es el conjunto de actitudes, de deseos, de esperanzas, de actos y, sobre todo, de relaciones que establezco con la realidad.

En la infancia mi mundo era grande, casi infinito, aunque yo no lo supiera. Todo era posible, todo cabía en el inmenso depósito sin fondo de lo que podía suceder. Los años vividos y la terca realidad fueron matizando las fronteras de mi mundo hasta situarlo dentro de los límites de lo que estaba hecho a mi medida. Llegó un momento en el que me sentí más o menos a gusto dentro de ese mundo mío, aunque siempre estaba -y, para decir la verdad, está- el deseo de ampliar sus límites, de ir siempre más allá en casi todos los aspectos de la realidad de los que soy consciente. Aún quiero con empeño ampliar mi mundo.

Pero lo que veo que le ocurre a los demás comienza a generar en mí una amenaza, una visión triste que me viene desde el futuro: mi mundo se va a ir haciendo cada vez más pequeño. Ya ha comenzado por la dimensión física, por el cuerpo. Nunca he sido un dechado de capacidades corporales, en ningún sentido, pero he ido tirando. Ahora noto que un poco por aquí y otro poco por allá la máquina corporal se va deteriorando lentamente. Afortunadamente queda la mente, que me parece una tabla de salvación. Si el mundo físico se va reduciendo, siempre es posible que el de la mente se vaya ampliando. Hay que proponérselo y hay también que poner los medios para que esto ocurra. Creo que cuando decimos que vivir es un arte, hay que entenderlo como que hay que ingeniárselas para frenar en lo posible el empequeñecimiento del mundo del cuerpo, y mantener con decisión el crecimiento del mundo de la mente. 

Buenas noches.




jueves, 25 de junio de 2009

¡Que no soy yo, que eres tú!


¡Qué bueno y qué necesario es aprender! Hoy he tenido la inmensa fortuna de aprender algo que no sabía.

Resulta que a veces llego a clase y están todos muy ocupados charlando. En otros países de cultura diferente y de mayor grado de civilización, no sólo se callan los alumnos en cuanto llega el profesor, sino que incluso se ponen de pie en señal de respeto. Aquí somos más listos y no te hacen ni caso. La mayor parte de los días, transcurridos unos minutos, tengo que echarles una bronca para que se callen. Y si ese día estoy convincente, se callan.

Otras veces les entrego los exámenes corregidos, con las indicaciones que me parecen más oportunas para cada uno. Pero como hay ocasiones en que la mayoría no ha estudiado, posiblemente porque el nivel de anestesia que tienen supera la sobredosis, pues les tengo que hablar claro, a ver si se deciden de una vez a aprovechar el tiempo y procuran formarse como seres humanos. No les suele gustar que les hablen claro, pero yo creo que debo hacerlo y por eso lo hago.

Suelen estar habituados a hacer lo que les da la gana. Hay momentos en los que les tengo que aportar algo de realismo y hacerles ver que hay cosas que no se pueden hacer, que hay normas que es necesario cumplir. Tampoco les gusta.

Este mismo escrito, que intenta ser un espejo en el que cada uno pueda mirarse, por si reconoce en él algo de sí mismo, producirá en más de uno, si es que lo lee alguien, una reacción adversa.

Pero hoy me han iluminado la mente y me han dicho lo que hay detrás de esta manía mía de hacer todas estas cosas. Todos los años procuro al final del curso que los alumnos me evalúen, que me digan, de manera anónima, qué he hecho bien y qué he hecho mal. Yo no veo otra manera, no sólo de intentar ser un buen profesional, sino de vivir, que la de corregir los errores en los que uno puede caer. Por eso lo hago. Hoy he aprendido algo que no sabía, ni siquiera sospechaba. Un/a alumno/a me ha dado una explicación clarísima de lo que ocurre en las clases, me ha dado la clave de cómo debo actuar y de por qué no debo hacer en clase todo lo que cuento aquí que hago: todo se debe a que yo voy a clase estresado. Lo importante es que yo vaya a clase sin estrés. Así todo irá mejor.

Esto es la leche, por no decir otra cosa.
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