Mostrando entradas con la etiqueta masoquismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta masoquismo. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de junio de 2022

Marcha




Tengo la impresión de que vamos marchando a buena velocidad hacia una sociedad cada vez más egoísta, teñida en bastantes ocasiones de masoquismo y en algunas otras de sadismo. 

Y lo que menos me gusta es que lo vemos con naturalidad.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Lo que se ve. Pesadilla




Después de andar un poco y de olvidarnos de que la vida a veces te da sorpresas y te pone delante incertidumbres bravas, nos metimos en un buen bar a tomarnos unos quesos variados con un estupendo vino del Bierzo. Los quesos eran pocos, pero sustanciosos, así que su digestión resultó algo lenta y la noche se vio adornada con una pesadilla quesera de aúpa.

Por lo que recuerdo del sueño, yo estaba en el tendido de una plaza de toros. Las gradas eran bastante verticales, así que lo que ocurría justamente debajo de donde yo estaba se veía a duras penas o, a veces, no se veía. No sé si yo estaba en la grada solo o acompañado. El torero era un joven muy dispuesto, pero del toro no recuerdo nada. Incluso diría que posiblemente no había toro. Recuerdo que el torero parecía tener una necesidad enorme de quedar como un héroe, cosa que intentaba lograr haciéndose daño. A través de lo poco que yo apreciaba, veía saltar, levantando sus patas delanteras, al caballo del picador. De vez en cuando, el torero parecía abalanzarse sobre el caballo y ambos daban saltos por el aire, cayendo el torero al suelo desde mucha altura y haciéndose un daño considerable. El diestro parecía más feliz cuanto más daño se hacía, porque entendía el triunfo como un derramamiento de sangre propia. Cuando acabó su faena, o su danza macabra sobre el ruedo, no podía andar. Se acercó arrastrándose a una puerta de salida y allí vomitó una mezcla de líquido blanco y algo que parecía sangre. Esta extraña mezcla salía de su boca ordenadamente y se depositaba en el suelo como lo hacían las tiras de papel continuo de las impresoras antiguas, en sucesivos pliegues, cada uno reposando sobre el anterior. En un momento, el torero giró la cabeza y se le pudieron ver los ojos, casi salidos de sus órbitas, la cara hinchada y una expresión de superioridad en su boca, que quería esbozar, casi sin conseguirlo, una sonrisa.

En ese momento me desperté y tuve la sensación de haber estado contemplando un espectáculo masoquista.