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miércoles, 9 de diciembre de 2015

Buenas noches. Un señor en el autobús



Se subió al autobús un señor algo mayor, de pelo cano, que, a voces, iba maldiciendo la vejez de su esposa, que le acompañaba, porque ésta creía que no era ese el autobús que había que tomar. Nadie le hizo caso, pero los gritos y el maltrato a la mujer fueron evidentes.
Se colocaron en asientos separados, ella en la fila de la izquierda y él, en la de la derecha. Después de dos paradas, ella se levantó y se sentó junto a él. El señor le depositó su brazo sobre el hombro, ella puso su mano en el muslo del señor y él hizo lo mismo sobre el de ella. Algo debieron de hablar entre sí en voz baja porque ella le contestó:
-Sí, por los cojones.
Un buen número de alumnos de la Universidad, posiblemente de Medicina, se subieron luego al autobús. El señor, en voz alta, les dijo a dos de ellos que se apostaron junto a él:
-¡Eh! Y vosotros ¿cuánto pagáis por estudiar?
-Mil euros -dijo uno de ellos.
-Mil ochocientos -dijo otra.
-¡Qué vergüenza! -dijo el señor- Eso tenía que ser de balde. Y lo tienen que pagar vuestros padres, claro. Desde luego, ¡qué malo es este tío! Esto es lo que ha conseguido desde que llegó. Yo llevo cuatro años sin encontrar trabajo y, encima, se quiere presentar otra vez.
Los alumnos callaban y escuchaban, sin saber muy bien qué cara poner, pero el señor siguió.
-Y tened mucho cuidado con el catalán ese ¿eh?, que es muy peligroso. Ese tío es muy peligroso. Es muy parecido al de ahora. A ver si vais a caer en la misma trampa vosotros, los estudiantes.
Y concluyó:
-Bueno, nos tenemos que bajar aquí. Ya sabéis vosotros lo que tenéis que hacer. Y de lo otro nada ¿eh? -dijo con una especie de sonrisa que parecía que quería ser de complicidad.
Al llegar a la parada en la que se bajó junto a su esposa, se despidió:
-¡Suerte!
El autobús quedó en silencio.  
Buenas noches.

jueves, 9 de enero de 2014

Lo que veo cuando miro. Cuántas habrá





Hoy he ido a comprar a un supermercado muy conocido. No sé si será por causa de la Luna, del eje magnético o del Gobierno, pero había un clima raro allí dentro. Todo el mundo iba a mucha velocidad, te atropellaban con los carros, se te echaban encima o se paraban transversalmente con el carro en la mitad del pasillo y tenías que pedir permiso para pasar. Iban, en general, con descaro a lo suyo. Lo peor fue que vi a dos o tres parejas con unos comportamientos similares. En cada una, el hombre parecía, por la hora que era y por su edad, que era un parado. Todos tenían caras de enfadados, de estar de mal humor. Las mujeres parecían deprimidas, como ausentes, con la tristeza incrustada en sus caras. En todas esas parejas el hombre trataba a la mujer como si fuera una tonta inútil que no se enteraba de nada. Ellas se dejaban tratar así, como quien no tiene más remedio que aguantar y como si no pudieran hacer otra cosa. Se me vino el alma a los pies. Menos mal que en la cola de la caja me tocó detrás una señora de estas que no te dejan espacio vital, que se pegan como una lapa y que te ponen la cesta en los talones impidiéndote el movimiento. La molestia que me producía el comportamiento de esta señora me hizo olvidar las caras de las señoras maltratadas por sus parejas. No quiero ni pensar cuántas habrá así, cuanto sufrimiento, de ese que no sale en televisión ni en la prensa ni en la radio, habrá escondido por este país. Buenas tardes.