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jueves, 9 de enero de 2020

Buenos días. Límites


Hubo un tiempo en el que muchas personas tenían la suficiente madurez como para ponerse límites, sobre todo, a lo que se podía decir y hacer. Y si no, había personas e instituciones con suficiente autoridad como para procurar que se los pusieran. No eran unos límites muy argumentados ni muy justificados racionalmente, pero eran límites que frenaban el animal silvestre que llevamos dentro. Esos límites ayudaban a que una relativa tranquilidad se palpara en la sociedad.

Pero las personas dejaron de considerar el pensamiento como lo fundamental de sus vidas y las autoridades se fueron alejando de los ciudadanos, o viceversa. Sus vidas concretas fueron discurriendo cada vez con menos límites. Creyeron absurdamente que en eso consistía la libertad, y se encontraron con un mundo de brutos, en el que todo vale y en donde la racionalidad y los deseables límites racionales parecen más bien un imposible.

Buenos días.

domingo, 6 de octubre de 2019

Buenas noches. Momento




Cada acto, cada palabra, cada ayuda, cada caricia, cada beso, cada sí, cada no, cada poner las cosas en su sitio, cada ya está bien, cada esperar, cada sonrisa, cada abrazo, cada silencio, cada persona tienen su momento. Un rasgo de madurez humana es no llegar tarde al momento oportuno. 

Buenas noches.

miércoles, 2 de enero de 2019

Buenas noches. Madurez




El inmaduro se guía por el criterio de lo que le gusta o lo que no le gusta. Si llega a madurar, será capaz de hacer lo que entienda racionalmente que deba hacer y no hará lo que no deba hacer. 

Buenas noches.


domingo, 24 de junio de 2018

Buenos días. Racionalidad




Sin racionalidad no hay madurez. 

Buenos días.


sábado, 24 de junio de 2017

Buenas noches. El tránsito




Nacemos perfectamente inútiles. Si no nos ayudan a vivir, nos morimos pronto. Todos nos tienen que ayudar, desde quienes hacen los vestidos a quienes fabrican los potitos, pasando por quienes saben curar enfermedades. Pero especialmente son nuestros padres, que se supone que nos han traído voluntariamente a este mundo, quienes deben cuidarnos con mayor intensidad. El parto nos da la existencia, pero son nuestros padres quienes deben darnos la vida: alimentarnos, querernos, educarnos, orientarnos y prepararnos para convertirnos en seres humanos libres.

Durante la juventud tendríamos que dedicarnos a ver los diversos caminos por los que podríamos transitar, para elegir, con arte y con sensatez, lo que entendiéramos que es mejor para nuestro desarrollo humano. Es un periodo de inversión, de mucho trabajo, de acumulación de toda la preparación posible para llegar a la meta de humanizarnos. Es el momento de descubrir los valores -no solo el amor-, las culturas, las artes, el mundo.

La madurez es la etapa en la que tendríamos que poner en práctica todo lo que hemos descubierto, en el que deberíamos crecer en todas nuestras dimensiones, sintiendo en toda su amplitud que los demás están también ahí, además de la pareja y de la familia. Es el momento de devolverle a la vida lo que antes ella nos ha dado, gracias a lo cual somos lo que somos. A lo largo de la madurez, si los demás nos lo permiten, podemos llegar a ser lo que queremos ser. Tan importante como esto me parece que es no perder de vista nuestra finitud, el hecho innegable de que en algún momento nos moriremos, que la muerte está escrita en las entrañas de la vida. Siempre he vivido esto como el argumento que me ha suministrado más ganas de vivir, más urgencia por vivir lo más intensamente posible, sin perder el tiempo.

Llega un momento en el que, sin que nos demos excesiva cuenta, el cuerpo comienza lentamente a flaquear, a perder su lozanía, a tener impedimentos en un lugar o en otro. Si nuestra formación humana ha sido la adecuada, nuestra mente debería mantenerse siempre abierta, joven, creadora, dispuesta a seguir aprendiendo. Creo que hay que estar voluntariamente muy alerta para que nuestra mente no pierda la frescura y las ganas de vivir que a veces intenta quitarnos el cuerpo. No me gusta llamar vejez a este estado vital. Yo, al menos, no aspiro a convertirme en un viejo, pero sí en un anciano -aunque no tengo ninguna, pero ninguna, prisa en conseguirlo. Los viejos hablan de “sus tiempos”, pero los ancianos, como cualquiera, sólo tienen el tiempo en el que viven. Los viejos están centrados en su inutilidad. En cambio, los ancianos siguen viendo el mundo como algo más importante que su propia existencia. Los viejos no tienen ganas de vivir y los ancianos, sí. Los viejos solo piensan en la muerte. Los ancianos quieren vivir hasta el instante antes de morirse.

Un anciano con la mente joven entiende bien que llega un momento en su situación vital en la que debe situarse voluntariamente en un segundo plano. Tiene que vivir, pero tiene que dejar vivir también a los demás. Insisto en lo de la mente joven. Si a lo largo de su vida no se ha preocupado nunca por formarse una mente así, lo normal es que sufra luego. Para vivir es indispensable que al anciano le ayuden, porque poco a poco va teniendo tantas necesidades como cuando era un niño pequeño, pero me parece importante observar que esas necesidades son distintas. Requiere cariño, como todos lo necesitamos, pero no es el cariño constante, cercano y tan ligado a los padres, como le ocurría en la infancia. Necesita cuidados, pero los de los hijos no suelen ser los más eficaces. No tienen derecho a que los hijos hipotequen sus vidas para cuidarlos. A este mundo entiendo que se traen hijos, no futuros enfermeros. Es vital que entendamos que debemos retirarnos del puente de mando, de la cumbre de la familia, y que tenemos que situarnos en un lugar en el que nos cuiden, pero sin molestar, sin impedir vivir a nadie, sin exigencias, sin ser una molestia para nadie. Creo que hablar con los hijos con naturalidad de estas cosas sería muy importante para lograr una convivencia razonable, pacífica y humana. No solo hay que estar constantemente aprendiendo a vivir. También hay que aprender a morir.

Buenas noches. Y perdón por el rollo tan largo, pero es que hay días en los que no se tiene fina la capacidad de síntesis. Si te apetece opinar sobre este texto, puedes hacerlo aquí o en casalfernandezmanuel@gmail.com 



martes, 2 de mayo de 2017

Buenas noches. Madurez


Una de las características de la madurez consiste en procurar actuar siempre de la mejor manera posible. Y, también, en aceptar que cada cual tiene derecho a opinar de nosotros mismos como considere oportuno. 

Buenas noches.


viernes, 7 de noviembre de 2014

Buenas noches. Nunca dejamos de ser niños




Nunca dejamos de ser niños. Aunque crezcamos. Aunque parezca que maduramos. Aunque ocupemos un lugar eminente en la sociedad. Aunque vayamos a morirnos pronto. 

Nunca dejamos de ser niños. Siempre necesitamos a alguien que nos ayude a vivir. Siempre dudamos de nuestras ideas, de nuestros valores, de la idoneidad de nuestros actos. Siempre hay en nuestro interior un vacío que llenar, una impotencia, una incapacidad, una necesidad que cubrir. 

Nunca dejamos de ser niños. Somos niños cuando creamos, cuando improvisamos, cuando reímos, cuando lloramos, cuando mentimos, cuando gozamos, cuando deseamos, cuando nos equivocamos, cuando dejamos que el corazón galope, cuando nos sobrecoge la belleza, cuando nos hiere y nos entristece la pobreza, cuando nos asalta la poesía, cuando se apodera de nosotros la música, cuando el arte nos hace sentirnos insignificantes, cuando tenemos humor. 

Especialmente somos niños cuando amamos y nos emocionamos con la generosidad, con la ternura, con lo irresistible del amor. Somos niños cuando una caricia nos estremece, cuando un beso nos reconforta, cuando un abrazo nos convierte en el centro del mundo, cuando el placer nos gana la partida, cuando la piel se convierte en la clave de la vida. 

Nunca dejamos de ser niños. Quien crea que ya no es un niño es que nunca supo lo que es un niño. 

Buenas noches.

lunes, 24 de enero de 2011

Inmediatez




Nos estamos acostumbrando a no ver más que lo inmediato, lo que tenemos delante, lo que conecta de forma urgente con nuestros deseos, lo que captamos sin necesidad de ir un poco más allá para ver sus consecuencias o sus contraindicaciones. Hay un neoliberalismo ambiental, como una peste horrorosa que se pega a las ideas igual que se pega(ba) a la ropa el humo del tabaco, que, al parecer, nos seduce y nos invita a creernos que podemos hacer lo que nos dé la gana, sin que la posible repercusión sobre los demás signifique ni una llamada de atención ni un momento para pararse a pensar si lo que quiero, además de apetecible, es bueno. Un anuncio de una marca de coche que oigo estos días por la radio lanza al aire sin escrúpulos la expresión: “Aprovéchese y luego lo piensa”. En unos grandes almacenes, en la pared de detrás de la Caja, he visto escrito: “Compra ahora, decide después”. O sea, que con una naturalidad y una franqueza que parecen dar un salto desde la cultura a la zoología, nos invitan a que nuestro comportamiento consista en hacer sin demora lo que le llega a la voluntad a través de los sentidos, de la imaginación o de lo que se tercie y, después, si tienes ganas, si te acuerdas o si te interesa, lo piensas y, entonces, te arrepientes o no. La madurez consiste justamente en lo contrario, en preguntarle a la razón la viabilidad de la acción antes de que la voluntad decida. Por tanto, lo que están queriendo hacer contigo, amigo lector, aunque no lo sepas, es convertirte en una mente infantil para que aceptes con facilidad los reclamos de la propaganda comercial. Y si te acostumbras a esto, no dudes que aceptarás también las consignas políticas que les interesan a los que están detrás de esas maniobras, que ingenuamente podríamos calificar de comerciales, pero que son, en realidad, (des)educativas, preparatorias de una nueva, aunque muy antigua, forma de concebir al ser humano.

La consigna parece ser esta: deshumanicemos al ser humano, quitémosle lo que pueda tener de pensamiento, de socialidad, de prudencia, de reflexión, de proyecto, de esfuerzo, de prever consecuencias. Hagamos un ser que pueda ser fácilmente feliz, tontamente feliz, pero sin dificultades. Procuremos que estos tiernos y sumisos seres no nos opongan mucha resistencia ante nuestros requerimientos, que, por supuesto, no los piensen, que no los critiquen ¡qué ordinariez!, que con la excusa de conseguir placer, consuman, para que nuestros negocios sigan dándonos motivos para vivir bien. Es verdad que cada vez tienen menos dinero, pero el que les queda hay que procurar que no lo gasten en cultura -¡qué peligro, el mayor de todos! La cultura debe ser gratis, que para eso está Internet. Y si los creadores dejan de crear, mejor. Nosotros no perdemos nada y así molestan menos. Que compren nuestros productos, o sea, coches, ropas, cosas que entendemos y que fabricamos. Sin que se den cuenta, tenemos que hacerles ciudadanos del imperio de los sentidos y que gasten, que gasten todo lo que tengan. Cuando la brecha entre ellos y nosotros sea tan grande que crean que están solos, se morirán de pobres. ¿Para qué querrían convertirlos desde hace tanto tiempo en seres humanos? ¡Qué estupidez!

viernes, 13 de agosto de 2010

Brindis


MANUEL VICENT


EL PAÍS  -  Última - 12-07-2009


Alguna gente madura, tal vez la más lúcida, suele pensar con acierto que lo mejor que tiene la juventud es que ya pasó. Fue una época breve y radiante, romántica y vigorosa, pero también llena de luchas, temores, dudas, celos y rivalidad. Alrededor de los 50 años, en cualquier biografía llega un momento en que el caballo de fuego que uno llevaba dentro comienza a perder la ansiedad en el galope y aun sin abandonar la curiosidad ante la vida siente que hay que tomarse las cosas con más calma. A qué viene tanta prisa, se dice a sí mismo una mañana. De pronto uno se da cuenta de que no tiene que correr detrás del autobús ni necesita presentarse ya a ningún examen ni le inquietan las modas ni se ve obligado a cambiar de costumbres y cada día le importa menos lo que piensen de él los demás. No ha dimitido de ninguna idea ni ha cambiado de bando. Le siguen cabreando los mismos políticos, las mismas injusticias, los mismos fanáticos, los mismos idiotas, pero no está dispuesto a que ninguno de ellos le estropee una buena digestión. Si uno es viejo lo peor es comportarse como un joven. Cada edad tiene su baraja con placeres que pueden ser tan intensos como uno quiera, si sabe jugar las cartas. Peor que querer ser joven a toda costa es tener ya ideas de carcamal con apenas 30 años. Gente joven envejecida la vemos y oímos todos los días en las tertulias de la radio y de la televisión. Del primer caso lo salva a uno el sentido del ridículo; en el segundo no hay cura posible porque es cuestión de carencia de minerales. El hecho de que uno con el tiempo alcance cierta serenidad y contemple las cosas con una sabia perspectiva no impide blasfemar si llega el caso. Marco Aurelio debe darle la mano a Epicuro y la resignación no tiene por qué dejar de ser creativa. Lo que ibas a ser de mayor ya lo eres y lo que no ibas a ser ya no lo fuiste. Adiós a la juventud. Se acabaron las luchas, los nervios y las dudas por la identidad. Para una persona madura hoy es el futuro que tanto temía. Ya ves, no ha pasado nada. No ha caído la bomba atómica, has salido bien de una grave enfermedad, al final la crisis económica se ha superado y tus hijos son más altos y más listos. Encima el sol sale todas las mañanas y tú estás vivo. Hay que brindar.


domingo, 31 de agosto de 2008

Madurez

Hoy he visto en el blog de Juan Cruz la cita que pongo a continuación, tomada de los Diarios, del estadounidense John Cheever (1912 – 1982). La traigo porque me llama la atención y porque habrá que pensarla.

"En la madurez hay misterio, hay confusión. Lo que más hallo en este momento es una suerte de soledad. La belleza misma del mundo visible parece derrumbarse, sí, incluso el amor. Creo que ha habido un paso en falso, un viraje equivocado, pero no sé cuándo sucedió ni tengo esperanza de encontrarlo".

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