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domingo, 1 de agosto de 2021

Una temporada en el purgatorio, de Dominick Dunne




 Hace unos días terminé de leer la novela de Dominick Dunne, Una temporada en el purgatorio, publicada por la editorial Libros del Asteroide.

El autor, que vivió entre 1925 y 2009, es un escritor norteamericano de éxito, conocido por sus novelas, por sus comentarios de sociedad en la revista Vanity Fair y por sus crónicas de los juicios más célebres que tuvieron lugar recientemente en los Estados Unidos.

Sus conocimientos de la alta sociedad americana le llevaron a publicar varias novelas en las que se muestran sus características. Una de ellas es esta que acabo de leer.

Me ha interesado este texto porque narra cómo en los ambientes en los que dominan ciertos poderes económicos, la mentira y el dinero son capaces de ocultar todo lo que no se quiere que aparezca, los sobornos están a la orden del día y la voluntad de los ricos es capaz de sobresalir por encima de la verdad. También muestra que hay conciencias muy dadas a que los intereses propios hagan olvidar los hechos, y que, en cambio, hay otras, mucho más sensibles, a las que el recurso al olvido no les resulta eficaz. Los hechos que se cuentan se sitúan entre 1972 y 1993, pero cualquier lector podría situarlos fácilmente en épocas más cercanas.

Otras novelas del mismo autor son Las dos señoras Grenville y Una mujer inoportuna. La primera de ellas la he leído y la recomiendo también.


miércoles, 19 de agosto de 2020

Dicho en el pasado. Las palabras y el cariño


19-8-2015
Si quieres a alguna persona, intenta que viva en paz. Procura comprenderla. Si ves que no tiene razón, no la juzgues. Haz lo posible por que entienda tu punto de vista. El cariño no solo se muestra con besos. La mayor parte de las veces, se demuestra con palabras.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Buenas noches. Juicios




Los viejos creen que ya lo saben todo. Eso les permite juzgar con mucha facilidad y condenar no solo aquello con lo que no están de acuerdo, sino todo lo que no entienden, lo que no les gusta o lo que no son capaces de captar. Hay que tener mucho cuidado para no hacerse viejos. Puede ocurrir a cualquier edad. 

Buenas noches.

martes, 26 de julio de 2016

Buenos días. Distinguir



Hay quienes hablan con simples juicios. 

Hay, también, quienes ofrecen argumentos. 

Debemos aprender a distinguirlos. 

Buenos días.


miércoles, 10 de febrero de 2016

sábado, 2 de enero de 2016

domingo, 12 de abril de 2015

Buenas noches. Juicios




Los más torpes se defienden de la vida emitiendo juicios con una frecuencia inusitada. 

Deberían aprender a pensar, a ser prudentes o, por lo menos, a callarse. 

Buenas noches.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Buenos días. Opiniones






Es síntoma de elegancia y de buena humanidad no expresar una opinión de manera que parezca un juicio sobre algo o sobre alguien. Si empezamos a juzgarnos, acabaremos mal. Buenos días.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Juzgadores



Se ha instalado en la sociedad de este país la antidemocrática costumbre de que cualquier ciudadano pueda juzgar a otro por su cuenta, sin esperar a que lo haga un juez. El juez, primero, imputa; luego, juzga; y, por fin, condena o absuelve. Pero los españoles, peligrosamente influidos por algunos medios de comunicación o por su falta de formación, en cuanto aparece, no un imputado, sino un sospechoso, no necesita ni juicio ni nada: enseguida corre a condenarlo y a extender la condena hasta donde sus entrañas le lleven.

Lo digo por el caso de los expresidentes Chaves y Griñán. Yo no tengo ni idea de si son culpables o no, pero lo que es cierto es que ni siquiera han sido imputados. La peculiar jueza Alaya ha emitido un auto, muy controvertido, que está siendo muy estudiado y que hasta es posible que se vuelva en su contra, en donde no imputa a ninguno de estos dos señores -entre otras cosas, porque no puede hacerlo. Es posible que terminen imputados o no, pero, de momento, no hay ni siquiera imputación. Y ya estoy viendo en las redes sociales comentarios que los condenan, que los ponen de vuelta y media y que son la ocasión para meter en el mismo saco a todo el que se le ocurra al juzgador aficionado de turno.

Me parece una actitud muy peligrosa esta de alguien se meta a juez en cuanto se le antoja y como más le interesa. Quien practique esto puede juzgar a cualquiera en cualquier momento y supongo que dejará la puerta abierta a que también él, si se tercia, pueda ser juzgado de la misma manera, sin juicio, sin pruebas y a las primeras de cambio. No son maneras estas. Así vamos también cargándonos la democracia.

martes, 21 de mayo de 2013

Buenos días. Juventud y vejez




La juventud. Me ha dolido el juicio que una amiga joven ha efectuado sobre mí. Creo que ha sido precipitado, poco contrastado, poco razonado y, lamentablemente, indirecto. No me ha dicho nada a la cara. Eso me ha decepcionado mucho, aunque estoy dispuesto a olvidarlo si ella quiere. En todo caso, nunca desecharé la posibilidad de que tenga razón.

La vejez. He estado un buen rato con un compañero que ha envejecido. La experiencia ha sido tremenda. Triste por él y esclarecedora para mí. Lo he escuchado con atención. Me ha contado lo mismo varias veces. Una vez lo invité a ver a un gran artista de su país y me lo recordó agradecido en varias ocasiones. Hoy ya no se acordaba. El caballo de la vejez galopa a gran velocidad hacia nosotros y no vale de nada mirar hacia otro lado.

Hoy tenemos que vivir. Tú y yo. No pierdas el tiempo juzgando. Yo te quiero mucho más a ti que lo que tú sospechas mientras te desahogas en juicios sin futuro. Aprovechemos el tiempo. Hoy estamos bien y tenemos que llenar el día de vida, pero hasta que rebose. Aprende el arte de vivir y cuéntanoslo a los que es posible que no lo dominemos. Haz reír y no hagas llorar. Sé mejor de lo que eres y no te vengas abajo. Buenos días.

martes, 25 de mayo de 2010

Juicios


No sé si habrá algo más delicado que emitir un juicio. Si te pones dogmático y sueltas un juicio tajante sobre algo, fácilmente te podrán decir que quién te crees que eres para hablar así de algo tan complejo como la realidad. Si suspendes el juicio y te consideras incapaz de hablar de la realidad, te las darán por todas partes e irás por la vida como quien no se entera de nada. Si te vistes de relativista y aceptas que todo el mundo tiene su razón, corres el riego de que tengas que aceptar ideas que no te gustaría aceptar. O sea, que mejor, no juzgues. Pon más energías en comprender a los otros que en juzgarlos, a menos que los otros, abusando de tu buena voluntad, actúen claramente en contra de los Derechos Humanos. En ese caso, sin piedad.



jueves, 6 de mayo de 2010

Pañuelo / 6


Ves con los ojos, pero miras con tu biografía. Tu mirada, la parte de la realidad en la que te fijas, la interpretación que haces de los datos que tu vida te ofrece en cada momento, es fruto de todo lo que has hecho con tu existencia a lo largo de tu historia. Puede que tu mirada esté limpia, pero es posible también que esté llena de prejuicios, de actitudes que no te has parado a pensar si son razonables y justas o no, de fijaciones que te has ido fraguando porque tu cobardía o tu pereza o tus errores inadvertidos te han llevado a ello, de creencias en abstracciones, en meras opiniones que tú te has tomado por definitivas. Es posible que juzgues con excesiva facilidad. A veces el yo lo pide y para sentirnos superiores, sin serlo, nos dedicamos a juzgar sin criterio a los demás. En realidad, somos un continuo ir haciéndonos, una permanente puesta en tela de juicio de nuestras ideas. Y si no lo crees, lee este precioso texto, tomado de internet, que me ha enviado mi amigo Eduardo Redondo, un espléndido ser humano que cree que el sentido de su vida está en irse a vivir, a convivir, con los pobres de la favelas de Brasil.

Lo pongo aquí, como me sugiere él, relacionado con el tema del pañuelo. Cuando juzgues a alguien que lleve un pañuelo o una prenda cualquiera o que sea como sea, acuérdate del negro africano y de la rubia alemana.

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere una bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y los consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la deja comer de su bandeja y tal vez pensaba: Pero qué chiflados están los europeos”.