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domingo, 8 de octubre de 2023

La cultura de la violación, por Manuel Casal, en MasticadoresFEM




En la terminología feminista ocupa un lugar importante la cultura de la violación. ¿Por qué cultura de la violación? La cultura es la manera de vivir de un ser humano entre el resto de seres humanos. Es la forma de cultivarse que tiene un ser humano para convivir con los demás. Es distinta de la instrucción, que consiste en saber cosas, como el teorema de Pitágoras, o la manera de construir un rascacielos. Se puede ser muy instruido, pero, a la vez, inculto, y, al revés, muy culto, pero poco instruido. Todos conocemos a personas que destacan en su profesión, pero que como seres humanos dejan mucho que desear, es decir, son incultos; y, también, a personas sin estudios, pero buenos ciudadanos con grandes valores humanos, o sea, cultos. El primer paso en el camino de la cultura es el de la educación que toda familia que decida tener hijos debe darles a estos en casa, ejercitando los valores humanos y enseñándoles comportamientos sanos y constructivos...

Puedes leer completo el artículo de Manuel Casal pulsando aquí.

sábado, 18 de junio de 2022

No todos son iguales / 1




 No, no todos los políticos ni todos los partidos son iguales, ni mucho menos. Ese es el anzuelo que lanzan siempre las derechas para que piquen en él los que están menos conscientes de la situación, los que tienen asumido su desconocimiento.

Me parece lógico que esto ocurra, porque hay quienes manejan bien las comunicaciones. Llevamos ya muchos años, décadas, preocupados por la instrucción de los jóvenes, intentando que sepan calcular el área de un triángulo, luego que sepan resolver una integral y, más tarde, que dominen el cálculo diferencial. O que sepan bien los ríos de España o los sistemas cristalográficos, da igual. El caso es que llevamos años, décadas, confundiendo la instrucción con la educación y olvidándonos de esta, tanto en las escuelas como en el seno de las familias.

La instrucción consiste en aprender cosas. La educación -la cultura- estriba en aprender a vivir, en conocer las normas idóneas que hay que seguir para poder vivir todos en una sociedad de manera sana y constructiva; y, también, en conocer los valores, lo que merece la pena de lo que encontramos en una sociedad y lo que no sirve para nada bueno.

El camino para ser, además de una persona instruida, una persona educada, culta, debe comenzar en casa. Ahí deben enseñarnos a comer bien, a ser mínimamente ordenados, a desenvolvernos en la sociedad de manera racional, a darle importancia al respeto, a escuchar cuando habla alguien, a criticar noblemente lo que captamos y a tantas cosas que nos hacen personas educadas, evolucionadas, mejores.

Luego, en la escuela, nos deben explicar el porqué de las normas que hemos aprendido en casa. Por ejemplo, si en casa nos han dicho que no está bien estar en los interiores con la cabeza cubierta por un gorro, en la escuela nos deben aclarar que eso se debe a que el 80 % del calor corporal se pierde por la cabeza, y si en un interior, en donde no suele hacer frío, vas con una gorra puesta, se crea en el pelo un calor que puede pudrir sus raíces. Las boinas puestas en la cabeza casi todo el día eran una fábrica de calvos en los pueblos. O nos deben enseñar por qué se debe respetar a las personas, sin molestarlas ni insultarlas ni negarles sus derechos ni atentar contra su integridad. Y así con todo.

Cuando una persona educada, culta, se enfrenta con el hecho de la política, sabe distinguir a unos de otros, porque es capaz de entender lo que unos quieren y lo que quieren los otros. Pero vivimos una época en la que la educación, en las familias y en las escuelas, está en momentos bajos. Lo que triunfa es el dinero y lo que sea necesario para conseguirlo. Hoy sales a la calle, entras en un teatro, vas a un bar, te metes en un museo o te subes a un autobús y las dos únicas normas que observas, porque la cumplen casi todos, son: una, que cada cual hace lo que le da la gana, y lo primero es lo mío; y, dos, que si a alguien no le gusta o le molesta, que se joda. Parece que la simpleza se ha apoderado de lo que la gente hace, de la música que escucha, de las formas de divertirse, de lo que come y de lo que son capaces de pensar. Por eso, cuando hay elecciones, las derechas insisten en los mensajes simples. Si son diez puntos escritos en un folio, mejor que un cartapacio lleno de medidas. Total, es posible que no se lo lean, porque tienen en sus mentes el enorme prejuicio de que todos son iguales. Y no todos son iguales. Puede que haya políticos que tengan fallos, porque ninguno es perfecto, pero iguales no son. Y, mucho menos, lo son los partidos.

(Continuará)

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Diferencias



No es lo mismo, según yo lo entiendo, la instrucción que la educación. La instrucción afecta al conocimiento científico o técnico de aspectos de la naturaleza y del mundo. Es lo que se obtiene en los colegios, institutos y universidades.

La educación afecta al saber vivir humanamente en un mundo en donde están la naturaleza, los animales y las personas. El lugar en donde se adquiere es el hogar, la familia, porque es un proceso por el que no se adquieren simples conocimientos, sino hábitos positivos, costumbres sanas para desarrollar una vida humana.

Cuando la instrucción se mantiene da lugar a la erudición. Un erudito es alguien que conoce muchos datos sobre la realidad. La educación, por su parte, cuando persiste en la creación de un ciudadano verdaderamente humano, da lugar a la cultura. 

De aquí que pueda haber personas eruditas, pero que no sean cultas, como, por ejemplo, cualquier técnico competente que discrimine o maltrate a los demás, y, a la vez puedan darse personas cultas sin erudición, como es el caso de cualquier ser humano sencillo, sin estudios, pero que ha aprendido en qué consiste vivir con los demás en un mundo libre e igualitario y que lo convierten en una persona valiosa y culta.

miércoles, 17 de junio de 2020

El Covid-19 y la educación



Lo he pasado mal, como me imagino que casi todo el mundo, con este virus invasor que nos ha quitado la paz y nos ha cambiado la vida cotidiana. Parece que la crueldad de sus efectos va reduciéndose, pero aún estamos en momentos de no bajar la guardia, de ser muy prudentes y de evitar cualquier rebrote que sería física, mental, social y económicamente trágico.

En lo que a mí respecta, lo he pasado mal porque soy de los que tengo algún factor de riesgo que podría agravar los efectos de una eventual infección. Por eso, desde el primer momento, agradecí a quienes estaban intentando, de la mejor manera que sabían, vencer una enfermedad desconocida, imprevista y pavorosa. El personal sanitario ha dado -y lo sigue dando- lo mejor de sí, al igual que todos los trabajadores de servicios y, en mi opinión, el gobierno de la nación, con sus errores y sus aciertos, pero con su innegable buena intención. No puedo decir lo mismo ni agradecer nada a quienes -instituciones e individuos- atesoraban como única misión la de poner palos en la rueda de quienes tenían la responsabilidad de procurar salvarnos. No voy a perder tiempo en hablar de ellos, salvo para decir que nunca olvidaré el detalle.

No sé si seré algo iluso al afirmar que es posible que el Covid-19 haya tenido un aspecto positivo. Me refiero a que ha logrado que hijos y padres hayan tenido que convivir en casa mucho más tiempo del que habitualmente lo hacen. Me pregunto si los padres habrán aprovechado ese tiempo extra de convivencia para educar a sus hijos o si, por el contrario, habrán optado por pasar el rato de manera agradable, a la espera de que una normalidad, la que fuere, se apoderara de nosotros.

Ignoro lo que cada cual habrá hecho, pero solo he oído hablar del arduo teletrabajo de los profesores que, a través del ordenador, intentaban hacer algo parecido a lo que hacían en clase. Y que los padres y madres intentaban ayudar a que salieran bien las raíces cuadradas y los problemas de todo tipo. O sea, que participaban como podían en la instrucción de sus hijos y procuraban que sacaran buenas notas. Sin embargo, la instrucción no es la educación. Este es un gravísimo error que, en mi opinión, venimos arrastrando desde hace ya demasiados años.

Educar a un hijo no es lograr que sepa hacer raíces cuadradas ni que logre situar bien en el mapa los Picos de Europa. Educar es intentar que razone sobre los valores que merece la pena poner en práctica en la vida, las normas que se deben cumplir y las costumbres que conviene adoptar para hacer que la estancia en este mundo sea la mejor posible para todos. Se trata de razonar, de obtener un criterio racional compartible y argumentable, no de obligar ni de imponer, porque si se obliga y se impone, lo que se suele obtener es o bien autómatas obedientes, pero sin un criterio justificado, o bien seres hartos de no pintar nada, que huyen de lo que se les dice y se refugian en el polo opuesto al deseado. El único método humano de educar a seres humanos es el de razonar en común, sin que nadie se acostumbre a guiarse sólo por sus intereses, sus caprichos o sus ocurrencias. 

Espero que no se deduzca de aquí que haya que hacer tesis doctorales para educar a un hijo. Ni mucho menos. Se trata más bien de mantener, aparte de una buena voluntad, una actitud racional, que muchas veces se materializa en la búsqueda en común de argumentos que les sean útiles tanto a quienes son educados como a los que educan. 

Conozco a muchas personas con poca instrucción, pero con una buena educación, a quienes, por ejemplo, nunca los acostumbraron a satisfacer a toda costa sus caprichos, a imponer a los demás sus opiniones ni a obligar a nadie a dejar de ser libre. Fueron educados por unos padres que, además de buena voluntad, sentían que eran uno más en un mundo que era de todos, aunque siempre hubiera quienes por razones sociales o económicas no se sintieran parte de ese mundo, sino de otro demasiado exclusivo. 

Y conozco también a muchas personas muy instruidas, pero mal educadas, que tienen aspecto de seres humanos, pero que no actúan como tales, sino como pequeños dictadores o grandes creídos que se sienten superiores a los demás. Estos serán probablemente incapaces de educar humanamente a nadie porque carecen de la actitud necesaria para educar a alguien.

Y están también los despistados, los tibios, los que dicen que los hijos se educan solos, los que no se enteran ni de qué va la instrucción ni la educación, ni les importa ni tienen conciencia de lo que significa ser padre y ser hijo. Tienen hijos porque los tiene todo el mundo, les dan de comer y los visten porque entienden que es su obligación y los llevan a una escuela -si es de pago, mejor, así se quedan más tranquilos- porque creen ingenuamente que en ella los van a educar. Ahora, sin escuela, no sé qué estarán haciendo.

martes, 17 de diciembre de 2019

Buenos días. Diferencias



Una cosa es la instrucción, que nos hace saber cómo son las cosas y cómo funcionan, cómo hablar idiomas, cuáles son los ríos de una comarca, la manera de resolver una integral, la forma correcta de hacer un puente, quién escribió El Quijote, cómo suena la novena de Beethoven o cuál es la diferencia entre el realismo y el idealismo. 

Y otra cosa es ser culto, que consiste en saber vivir como un ser humano, para lo cual hace falta saber en qué consiste un ser humano, en qué debe basarse su comportamiento, qué debe hacer y qué no debe hacer, por qué el amor es más importante que el odio, por qué la democracia es mejor que la dictadura o la importancia del respeto para la convivencia.

Hay personas poco instruidas, pero cultas, y hay personas muy instruidas, con muchos títulos, pero muy incultas. 

Buenos días.

viernes, 12 de mayo de 2017

Buenas noches. Confusión



La educación no es lo mismo que la instrucción. 

Aprender a vivir no es lo mismo que aprender a leer o a escribir. 

Confundir esto le está haciendo un daño gravísimo a los jóvenes y a todos los demás, que sufrimos las consecuencias. 

Buenas noches.