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sábado, 20 de febrero de 2021

Carnaval. Aforismos



 

- Contemplando un día cualquiera la ciudad podemos observar la enorme cantidad de disfraces que surgen en ella: diferentes tipos de trabajadores, soldados, policías, personas con delantales, con batas, con monos, con gorros, personas ricas vestidas de ricos, personas pobres vestidas de pobres, personas ricas vestidas de pobres, personas pobres vestidas de ricos, niños vestidos de niños, niños vestidos de mayores, niños vestidos con uniformes, todos iguales, personas vestidas a la moda, otras vestidas con modelos más antiguos, y todos ellos sin la conciencia de ir disfrazados.


Extracto del artículo Carnaval. Aforismos, publicado en el periódico Astorga Redacción.

Puedes leer el artículo entero pulsando aquí.

martes, 12 de junio de 2018

Buenas noches. Gilipollez




La gilipollez usa siempre disfraces muy baratos. 

Buenas noches.


martes, 28 de febrero de 2017

martes, 31 de marzo de 2015

Buenas noches. Te desnudas



Nos podemos disfrazar con la ropa, con el peinado o con la pose, pero no con la mirada ni con la sonrisa. Estas nos muestran desnudos, aunque no queramos. 

Buenas noches.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Buenas noches. Carnaval




Es tanta la costumbre que tienes de verte así, de hacer cada día lo que haces, que crees que realmente eres como apareces. Si un actor estuviera durante muchos años representando el mismo papel de la misma obra, probablemente muchas características del personaje que interpreta quedarían fijadas en su manera privada de ser y de actuar en la vida. El personaje se habría así incrustado en la persona.

Yo creo que es eso lo que nos pasa habitualmente a todos. Vivimos todos los días situaciones muy parecidas y en ellas, para sobrevivir de manera más o menos pacífica, repetimos los mismos actos, hacemos gestos similares, ocultamos lo que puede traernos problemas, evitamos determinadas reacciones y fomentamos lo que otros muchos consideran conveniente.

Hemos adoptado una serie de comportamientos que no son propios de nosotros mismos, sino del personaje que nos vemos obligados a representar en la vida cotidiana. Nuestro verdadero yo, ese ser más o menos desconocido que llevamos en nuestra mente, se ha acostumbrado a representar el papel más adecuado y ha quedado escondido en la rutina diaria. El disfraz que usamos cada día se ha confundido con el yo a fuerza de ir disfrazados.

Ahora, en los Carnavales, es cuando decimos que vamos a disfrazarnos, que por unas horas vamos a ser, por ejemplo, un pirata o un indio. A mí me parece que, en realidad, no vamos a actuar como si fuéramos un pirata o un indio. Lo que deberíamos intentar es vivir la oportunidad de prescindir del disfraz habitual y, con la excusa de aparentar ser otro, procurar ser por un día nosotros mismos. De hecho, ese es uno de los sentidos que ha tenido y tiene el Carnaval.

Se tienen noticias del Carnaval desde hace unos 5000 años. Se le ha relacionado, por ejemplo, con las Saturnales -fiestas en las que a veces los esclavos y los amos intercambiaban sus papeles-, con
las Bacanales -dedicadas al dios Baco y en la que inicialmente sólo participaban mujeres, aunque posteriormente se dio entrada a los hombres- o con las Lupercales -en las que unos sacerdotes, los amigos del lobo, casi desnudos, iban azotando con tiras de piel a quienes encontraban, para purificarlos. Se pensaba que así aumentaría la fertilidad de las mujeres. Más tarde, el cristianismo impuso un tiempo de cuaresma, en el que todo lo sensual o gozoso estaba prohibido, y el Carnaval servía como una despedida festiva de la vida habitual. Todo estaba permitido en los días de Carnaval y posiblemente de ahí venga la costumbre de ir con la cara tapada por una máscara.


En todo caso, si en Carnaval vas a cambiar tu aspecto habitual, yo en tu lugar aprovecharía para intentar ser tú mismo, aunque vayas vestido de pirata o de indio. Si no lo haces, corres el riego de que se te oxide ese yo que llevas dentro. Buenas noches.

jueves, 4 de marzo de 2010

La lideresa


Con el disfraz puesto soy modosita. Parezco educada. Ejerzo de lideresa. Tengo una imagen cuidada. Soy capaz de resultar atractiva, pero sin afectar a la dimensión sexual de los hombres, sino a sus deseos de poder, en donde sé que ven en mí una aliada. A los que no quieren poder, sino seguridad, les explico bien lo que quieren saber, sin que se den cuenta, ni por asomo, de que no es eso lo que necesitarían saber. Soy la eterna servidora de todos.

Pero sin el disfraz soy otra. Diría que soy yo, sin necesidad de depender de la opinión de esa chusma deseosa de poder, de dinero o de nada. Me pillan a veces diciendo tacos, pero ¿qué sabrán ellos de lo que quema y agota ejercer el poder? Se asustan cuando llamo hijoputa al que es un verdadero hijoputa. ¿Saben ellos lo que es aguantar un día y otro a esta peste de aspirantes sin clase, sólo con verborrea, y capaces de dialogar hasta con el enemigo? Se escandalizan cuando veo una de esas estatuas modernas que se empeñan en poner en las rotondas y digo que es una puta mierda. No se dan cuenta de lo malo y lo estúpido que es lo moderno. No saben nada de nada.

Y lo peor de todo es no poder quitarme el disfraz, los disfraces de cada día. Necesito que siga siendo carnaval para poder disfrazarme de mí misma y poder seguir llamando hijoputa al que me pete y seguir diciendo que el arte moderno es una puta mierda y volver a poner cuando me dé la gana en situaciones difíciles a los alcaldes deseosos de que los siga poniendo en las listas. No quiero más disfraces. Viva el carnaval.

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viernes, 18 de julio de 2008

BLUES


No hay vida sin muerte ni muerte sin vida.

Ambas afirmaciones negativas se refieren a hechos y, en contra de la costumbre de bastantes tipos incordiosos, los hechos conviene no discutirlos, sino pensarlos, asumirlos y deducir de ellos las consecuencias oportunas.

Hay que matar la muerte para que pueda vivir la vida.

La muerte que hay que matar habita en el interior de la vida, pero está enmascarada de:

prejuicios y discriminaciones,

costumbres sin racionalizar,

frenos y frenazos sin criterio,

mantenimiento descarado y absurdo de injusticias,

ignorancia de tantas cosas,

odios ciegos y creadores de maldad,

egoísmos interesados e inconfesables,

simplificaciones burdas,

desconocimiento profundo de uno mismo,

intolerancias viscerales y caprichosas,

debilidad no asumida,

gilipollez incorregible e inmisericorde,

individualismo miope,

educación no recibida,

educación no dada,

filtros con los que miramos impasiblemente la realidad,

más allás con los que parcheamos los más acás,

deshumanización en el trato,

afectos no expresados,

lágrimas reprimidas por una extraña vergüenza,

te quieros no dichos,

besos tragados enteros,

abrazos que se quedaron en el deseo,

decisiones tomadas sin preguntar,

mentiras construidas sin piedad,

profesiones ejercidas sin la menor dosis de servicio,

cobros sin contraprestación,

falta de higiene física y mental,

actuaciones que no dejan vivir,

actuaciones que no dejan ser,

actuaciones por obediencia y no por convencimiento,

y, sobre todo, la muerte viene enmascarada de miedo. El miedo al castigo eterno, metido en el alma tierna de un niño, es el germen más eficaz de muerte que podemos encontrar en la vida. A partir de él nacen todos los miedos y, también, el miedo a todo. ¡Cuánto tiempo se tarda luego en intentar quitarte el miedo de encima! El miedo y la vida son las realidades más radicalmente incompatibles.

Tu verdadera biografía no es más que la historia de la lucha o de la ausencia de lucha entre tu vida y tu muerte. Tú no eres más que el resultado actual de esa batalla.

Vivir es luchar. Sin lucha no hay vida porque los negros tentáculos de la muerte se han introducido, sin que nos hayamos dado cuenta, en el interior de nuestra vida. Por eso la vida es dura, porque vivir significa vencer la tentación de la pereza, del mero estar sin ser, del inmovilismo, del dormir sin despertar nunca. Hace unos días, en un alarde de luminosa consciencia, Montserrat Nebreda, parlamentaria autonómica y candidata a la presidencia del PP en Cataluña, le gritó a los militantes más conservadores de su partido: ¡”Viva la vida y abajo la muerte”! ¡Cómo me gustaría haber visto la cara que pusieron!

Para vivir hay que querer vivir. Como en todo, es necesaria la decisión de la voluntad. También por esto la vida es dura, porque la decisión conlleva la consciencia de que la vida tiene un premio que es sólo relativo: la vida es la victoria de lo efímero sobre lo imposible. La vida siempre sabe a poco porque las metas conseguidas, en cuanto se digieren, terminan con el tiempo por perder su poder ilusionante y, o viene el cansancio o viene otra vez el hambre de algo nuevo.

Todo en la vida es efímero. Por eso, vivir es siempre volver a vivir, volver a empezar. Si no la necesidad de andar de nuevo el mismo camino, sí la de tener que andar un camino nuevo. El trágico error mortal es el de caer en la rutina, el de confundir el múltiple, variado y siempre nuevo camino de la vida con el monotemático camino de Sísifo.

Vivir no puede ser otra cosa distinta de vivir intensamente. Nadie lucha sin intensidad. Nadie va a la guerra a darle pellizcos al enemigo o a doblegarlo con insultos.

La vida es la creación en el tiempo de un yo y un nosotros: de un mundo. Ingrid Betancourt, ciudadana reciente y afortunadamente liberada, relataba en una carta dirigida a su madre durante su cautiverio en las manos de muerte de las FARC su vivir: “Aquí la vida no es vida, sino un desperdicio lúgubre del tiempo”.

La muerte es la nada. La vida es el tiempo. El reto. La decisión.

Manuel Casal