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lunes, 20 de septiembre de 2010

Carne





Decía Ortega y Gasset que vivir es encontrarse ocupado en un proyecto elegido libremente. Hubo una época no demasiado lejana en la que el ser humano tenía mucho más clara su dimensión social y sabía que vivir no sólo era recibir de los demás, sino que uno mismo tenía que aportar algo también a los otros. Los tintes católicos que coloreaban la educación entonces hicieron que surgiera con frecuencia la figura del preocupado, no sólo por el rumbo de sus propias ocupaciones y por las de los demás, sino fundamentalmente por estas últimas. Eran gentes que se olvidaban de mirar hacia sus propias carencias para concentrarse en la vida de los otros dando consejos no pedidos, intentando orientar al primero que apareciera según sus criterios y procurando, en definitiva, tu salvación. Estos preocupados eran unos pelmazos insoportables ante los que o cedías y estabas perdido o los tenías que mandar a paseo. Dentro de la órbita de esta preocupación malsana estaban también los que elegían estar preocupados, pero no ocupados. Entendían la vida como un estar problematizados, con una fijación en los elementos negativos que encontraban por todas partes y en los innumerables aspectos desagradables que les suministraba su imaginación calenturienta, pero sin intentar hacer nada en la vida que les aportase una buena dosis de realismo para anular la fiebre de su fantasmagoría hiperactiva.

Ahora ha surgido una situación nueva. Si preocuparse por uno o por los demás significaba, entre otras cosas, anticipar las consecuencias de lo que se iba a hacer, tener en cuenta la repercusión en los demás de nuestros actos y, a fin de cuentas, tener en cuenta a los otros, ahora prima el neoliberalismo ambiental, con sus lemas implícitos de “primero yo; los demás, allá ellos”, “todo vale”, “qué hay de lo mío”, “sólo voy a hacer lo fácil; no me siento bien con el esfuerzo”, “no me lleves la contraria, que me voy a enfadar y la voy a armar” y “hago lo que me da la gana y tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer”. Este neoliberalismo tan pregonado por ciertos políticos, por ciertos medios de comunicación y por gentes de toda condición ha dado lugar a la figura del despreocupado. Para el despreocupado no existe el otro. Es verdad que ve a las personas, pero para él son entes que forman parte, no de la obra, sino del decorado, y a los que no reconoce ningún rasgo de humanidad, cosa que, por lo demás, no sabe muy bien lo que es. Si no está colocado, lleva una existencia basada en el aislamiento, para lo que usa auriculares, gafas de sol cuando no hay sol, gorras para que se le cuezan bien los sesos, teléfonos móviles con música y otros artefactos que le mantengan ensimismado sin tener que ocuparse del mundo que le rodea. Cinco mozalbetes iban el otro día en el metro, cada cual con su móvil con música a todo volumen, oyendo todos los cinco ruidos a la vez y sin que les pasase por la cabeza si molestaban a o no a los demás. Llevaban el compás de sus músicas simplonas e incluso la canturreaban en voz alta, y les daba igual que el mundo fuera un paraíso o que estuviera hecho una mierda. Tres jóvenes caminaban charlando en voz alta entre sí por una calle relativamente estrecha. En dirección contraria iban dos personas. Una de estas dos cedió un poco de su terreno para que pasaran los tres, ninguno de los cuales hizo el menor ademán de facilitar el paso a los otros y dándole además uno de ellos un empujón con el hombro al que les había facilitado el paso, cosa que debió considerar de lo más normal puesto que ni siquiera pidió disculpas. Habría ejemplos para parar un tren, pero prefiero que los reconozcas tú.

La despreocupación actual, signo indudable del vacío funcional intracraneal, puede que sea fruto de una profunda desocupación. Te encuentras con frecuencia con gente que está hoy muy desocupada con su propia vida. No hay nada en lo que pueda ocuparse porque no hay nada que le arrastre, que le seduzca, que le impulse. Sólo le interesa lo que le dan hecho, el resto no merece la pena. Vivir lo entienden estos desocupados como un estar, un estar a gusto, pero sin excesivas pretensiones, no vaya a ser que el señorito o la señorita se cansen. Vivir no es otra cosa que el que les dejen hacer las cuatro cosas que les gustan y para qué quieren más. Un no pensar ni hacer nada porque ¿para qué? Carne antropomórfica. Carne para ser manejada. Carne para el capital. Carne tantas veces molesta. Carne para el pudridero. Carne, no más.