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sábado, 7 de marzo de 2009

El elogio de la sombra / 5



Siempre me ha resultado interesante, intrigante, la relación entre la ética y la estética. Creo que no pueden existir separadas, que las dos se implican, que lo que cambia en una incide en la otra. Piénsalo, si quieres, y dinos tu opinión.


Digo esto después de leer el siguiente texto de Tanizaki en El elogio de la sombra:


Como se sabe, en el teatro de bunraku las muñecas femeninas sólo consisten en
una cabeza y unas manos. Un vestido de cola cubría el tronco y las piernas y
bastaba con que quienes las animaban introdujeran sus manos dentro para producir
la ilusión de movimiento; por mi parte, considero que este procedimiento se
acerca mucho a la realidad, porque las mujeres de antes sólo existían realmente
de cuello para arriba y desde el borde de las mangas, el resto desaparecía
enteramente en la oscuridad. En aquellos tiempos las mujeres de ambientes
superiores a la clase media salían muy raramente y si lo hacían, era
completamente acurrucadas en lo más profundo de un palanquín, por miedo a que
las pudieran vislumbrar desde la calle; no es pues nada exagerado decir que,
confinadas generalmente en una habitación de sus oscuras mansiones, totalmente
sepultadas día y noche en la oscuridad, sólo revelaban su existencia por el
rostro.



Las ropas, por otra parte, más alegres que las actuales para los
hombres, lo eran relativamente menos para las mujeres. Las jóvenes y las mujeres
de las casas burguesas, incluso bajo el antiguo régimen militar, utilizaban
colores increíblemente apagados, en una palabra, el traje no era más que una
parcela de la sombra, sólo una transición entre la sombra y el rostro.

Tremenda tristeza estética. Y la mujer tristemente metida en esta tristeza ética.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El elogio de la sombra / 4


¿Toda la belleza luce más en la claridad? ¿Puede la sombra realzar la belleza?

Dice Tanizaki en El elogio de la sombra:

Anteriormente me referí al hecho de que las lacas decoradas con oro molido estaban hechas para ser vistas en lugares oscuros; esto no sólo es válido para las lacas: si en los tejidos antiguos se usaban con profusión hilos de oro y de plata, es evidente que se hacía por la misma razón. El mejor ejemplo es la estola de brocado que los monjes llevan alrededor del cuello. En la actualidad, los edificios religioso de las ciudades son en su mayor parte edificios claros, hechos para atraer a una masa de fieles; en ellos, esas estolas parecen inútilmente llamativas y no inspiran demasiado respeto aunque estén sobre el cuello del más digno prelado; pero cuando esos mismos religiosos, sentados en fila, celebran un oficio de liturgia antigua en algún monasterio histórico, te ves obligado a admirar la armonía entre la piel arrugada de los viejos monjes, el centelleo de las lámparas ante las estatuas de los budas y la textura de esos brocados, y aprecias hasta qué punto ha aumentado la solemnidad del acto; porque como ocurre con las lacas doradas, la mayor parte de los dibujos tornasolados del tejido desaparece en la sombra, pues los hilos de oro y de plata sólo de vez en cuando lanzan un breve destello.

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domingo, 1 de marzo de 2009

El elogio de la sombra / 3


Prosigo incluyendo aquí algunos párrafos del libro de Tanizaki, El elogio de la sombra. Es una muestra más de lo distinta que es esa sensibilidad de la occidental. En relación con los muebles lacados del Japón y de su contemplación, dice el autor lo siguiente.


En la actualidad también se fabrican “lacas blancas” pero, de siempre, la superficie de las lacas ha sido negra, marrón o roja, colores estos que constituían una estratificación de no sé cuántas “capas de oscuridad”, que hacían pensar en alguna materialización de las tinieblas que nos rodeaban. Un cofre, una bandeja de mesa baja, un anaquel de laca decorados con oro molido, pueden parecer llamativos, chillones, incluso vulgares; pero hagamos el siguiente experimento: dejemos el espacio que los rodea en una completa oscuridad, luego sustituyamos la luz solar o eléctrica por la luz de una única lámpara de aceite o de una vela, y veremos inmediatamente que esos llamativos objetos cobran profundidad, sobriedad y densidad.


Cuando los artesanos de antes recubrían con laca esos objetos, cuando trazaban sobre ellos dibujos de oro molido, forzosamente tenían en mente la imagen de alguna habitación tenebrosa y el efecto que pretendían estaba pensado para una iluminación rala; si utilizaban dorados con profusión, se puede presumir que tenían en cuenta la forma en que destacarían en la oscuridad ambiente y la medida en que reflejarían la luz de las lámparas. Porque una laca decorada con oro molido no está hecha para ser vista en un lugar iluminado, sino para ser adivinada en algún lugar oscuro, en medio de una luz difusa que por instantes va revelando uno u otro detalle, de tal manera que la mayor parte de su suntuoso decorado, constantemente oculto en la sombra, suscita resonancias inexpresables.

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sábado, 21 de febrero de 2009

El elogio de la sombra / 2


Otro tema en el que se manifiesta la diferente sensibilidad entre occidente y oriente la muestra Tanizaki en relación con el papel.

Dicen que el papel es un invento de los chinos; sin embargo, lo único que nos inspira el papel de Occidente es la impresión de estar ante un material estrictamente utilitario, mientras que sólo hay que ver la textura de un papel de China o de Japón para sentir un calorcillo que nos reconforta el corazón. A igual blancura, la de un papel de Occidente difiere por naturaleza de un hosho o un papel blanco de China. Los rayos luminosos parecen rebotar en la superficie del papel occidental, mientras que la del hosho o del papel de China, similar a la aterciopelada superficie de la primera nieve, los absorbe blandamente. Además, nuestros papeles, agradables al tacto, se pliegan y
arrugan sin ruido, su contacto es suave y ligeramente húmedo como el de la hoja de un árbol.
El hosho es un papel japonés de alta calidad, grueso y totalmente blanco, reservado a los edictos imperiales.
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martes, 17 de febrero de 2009

El elogio de la sombra / 1


He hecho una primera aproximación a una de las dos exposiciones que, bajo el título sugerente de La sombra, ha organizado el Museo Thyssen-Bornemisza junto con la Fundación Caja Madrid.

El tema de las exposiciones me ha recordado un librito precioso, lleno de sensibilidad, escrito por el japonés Junichirõ Tanizaki (1886 – 1965) y titulado El elogio de la sombra.

Quiero incluir aquí algunas citas de este librito que muestran una estética y un sentido de la contemplación muy alejados del que solemos tener en occidente.

La primera cita habla de algo muy importante en Japón, pero con una cierta mala prensa en occidente: el de los retretes. Dice Tanizaki:

Siempre que en algún monasterio de Kyoto o de Nara me indican el camino de los retretes, construidos a la manera de antaño, semioscuros y sin embargo de una
limpieza meticulosa, experimento intensamente la extraordinaria calidad de la
arquitectura japonesa. (…)

Siempre apartados del edifico principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega un olor a verdor y a musgo; después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shōji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir. (…)

En verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones y los antiguos poetas de haiku han debido de encontrar en ellos innumerables temas. Por lo tanto no parece descabellado pretender que es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento. (…)

Comparada con la actitud de los occidentales que, deliberadamente, han decidido que el lugar era sucio y ni siquiera debía mencionarse en público, la nuestra es infinitamente más sabia porque hemos penetrado ahí, en verdad, hasta la médula del refinamiento. (…)


Los inconvenientes, si hay que encontrar alguno, serían su alejamiento (…), además del peligro, en invierno, de resfriarse; no obstante si, para repetir lo que dijo Saitō Ryoku, “el refinamiento es frío”, el hecho de que en esos lugares reine un frío igual al que reina al aire libre sería un atractivo suplementario.
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