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domingo, 14 de octubre de 2012

Mirando por la ventana. Templos




Hay algunas cosas, pocas, que se sitúan por encima del ser humano. No me refiero a seres trascendentes, a dioses ni a inventos parecidos fruto de la debilidad humana. Me refiero a todas esas instancias que son más importantes que la individualidad humana, como la ética, la ley o la política. Su importancia radica en que se refieren, no al yo, sino al nosotros; no a mi vida particular, sino a la vida de todos. El inhumano individualismo del neoliberalismo que nos invade y nos asfixia está acabando con esta visión del ser humano como un ser social, pero eso no quiere decir que haya perdido su vigencia. Que la gente sepa cada vez menos aritmética no quiere decir que 2 + 2 no sigan siendo 4.

Mañana me toca visitar uno de los lugares en donde habita una de esas entidades superiores al individuo. Es el sitio en el que unos servidores de los ciudadanos, elegidos y pagados por estos, se dedican a hacer las leyes por las que se va a regir la vida de todos. Quizá sea esta la labor más sagrada, si se puede hablar así, de las que se desarrollan en la sociedad y tiene lugar, claro está, en el Congreso de los Diputados.

Hace un par de años, participamos, en nombre del IES Luis Buñuel, de Alcorcón, un grupo de alumnos y alumnas y yo mismo en un trabajo que pretendía fomentar la igualdad entre los hombres y las mujeres, a la vez que difundir el espíritu de la Transición, que nos ha permitido vivir la época más dilatada de democracia en España. La convocatoria incluía un homenaje a los padres de la Constitución que, por diversas razones, no se ha podido celebrar hasta ahora y que va a tener lugar mañana.

En los tiempos que corren veo la democracia seriamente amenazada, por una parte, por una derecha que va a lo suyo con descaro y que no ve -o no quiere ver- lo que significa ser ciudadano en una sociedad democrática; y, por otra, por una extraña izquierda, que termina haciéndole el juego usando métodos de derechas, como la manía de generalizar y meter a todos en el mismo saco, o poniendo en práctica estrategias ingenuas, como la de lograr la desmotivación de buena parte de los votantes en vísperas de las elecciones, de confundir el debate político con las discusiones de ateneo o la alegre sustitución de la representación por la asamblea. Pero, a pesar de todo esto, creo en la democracia, en una democracia que necesita eliminar todas las deficiencias que ha ido adquiriendo, posiblemente por falta de autocrítica.

Mañana iré al Congreso como el que va a un templo, no en el sentido religioso, sino en el de alguien que va allí a estar con algo que es más importante que uno mismo, algo que le infunde un profundo respeto por lo que significa para la vida humana en sociedad. Espero encontrarme allí con diputados y no con mercaderes.




jueves, 2 de junio de 2011

Ya pasó..., creo.


Hay veces en las que la realidad se vuelve simbólica y se carga de una fuerza inusitada. Es como cuando un simple trapo se convierte en una bandera,  que afecta a los ánimos y puede generar conductas insospechadas. Esto me ha pasado hoy en la comida con la que algunos compañeros del Instituto han querido generosa y cariñosamente despedirnos a los 5 profesores que habíamos optado voluntariamente por dejar la enseñanza.
Ya he explicado lo poco dado que soy yo a estos fastos, sobre todo cuando me afectan directamente a mí. Estuve toda la mañana raro, con la cara que vete a saber qué quería decir y con el ánimo preocupado. ¿Estás nervioso? me preguntó Emma, buena amiga y buena profesora, buenísima, y le dije que me sentía raro. Es que no acabo de hacerme a la idea de la nueva casa en la que voy a vivir, de la nueva ocupación –que ni yo mismo conozco- con la que voy a llenar mi vida. Sólo sé que estamos yo y el tiempo, que es la base de la vida, y que mi problema es transformar el tiempo en vida. De alguna forma se hará y ya veremos cómo.


El caso es que nos encaminamos al lugar de autos, un restaurante grande, en donde se come bien, sin que se encuentre uno sustos al final en la factura. Fueron apareciendo los compañeros, los actuales y muchos de los antiguos, algunos de ellos ya jubilados.  Saludos más o menos efusivos, comentarios para ponerse al día, sorpresas en muchos, que no esperaban mi jubilación, y ambiente, en general, cordial.


La presidencia. Aquí empezó el símbolo a crecer como esos monstruos que aparecen en las películas y que parece que se abalanzan sobre uno desde la pantalla. No se podía elegir el sitio en el que sentarse. El destino me había situado allí, en la presidencia. Cuatro personas felices y yo, estúpidamente dubitativo, problematizado, ni triste ni feliz, sino todo lo contrario.
Comimos, bebimos, hablamos, reímos, qué bien, hasta que llegaron algunos compañeros con unas bolsas con unos regalos, que eran también símbolos de que todo estaba ya hecho. Un e-book  y una botella de ribera del Duero. Un buen detalle, un buen recuerdo, un espléndido gesto cariñoso que agradecí y agradezco de manera muy sentida.


En previsión de posibles situaciones difíciles, le había dicho yo al director, días atrás, que hablara él, que es de mucho hablar, en nombre de los cinco, cosa con la que estuvo de acuerdo. Pero las emociones fuertes creo que afectan a la memoria y, aunque se levantó enseguida a hablar, dijo lo que le pareció, pero en su nombre y sin ninguna referencia a los demás. Habló de su abuela –me parece- y de su pueblo y de no sé qué más, le aplaudieron y se sentó. Se le notó que estaba a gusto de jubilado y todos quedaron conformes. Luego tomó la palabra Bautista, grandísimo profesor de Griego y de Latín. Fue breve como un tropezón. Dijo que se sentía muy querido, le aplaudieron y se sentó. También parecía muy contento, con serenidad, pero contento. Luego fue el profe de Matemáticas. Se sacó del bolso un papel, un folio escrito por las dos caras, lo leyó, le aplaudieron y se sentó. No sé lo que dijo porque, aunque lo tenía a dos plazas de mi sitio, hablaba muy bajo y no me enteré. Me imagino que estaría bien. También quedó con cara de satisfacción. Quedábamos Cristina, la profesora de Francés, y yo. Con toda la intención le dejé que empezara ella. Le dijeron que podía hablar en francés y creo que eso le vino muy bien porque lanzó una parrafada en ese idioma, con gestos muy convincentes y dicción muy serena, que produjo grandes aplausos en la concurrencia. No puedo decir de qué habló porque no sé francés y, sobre todo, porque ya sólo quedaba yo. Sólo quedaba yo solo, teniendo que sellar en público mi jubilación. Como en las bodas, que tienes que decir públicamente que quieres a tu pareja. No me podía escapar.
Me levanté. Creo que fui yo el que me levanté. Una vez de pie intenté convertirme en actor, como en clase, como cuando hay que dar un espectáculo ante la clientela haciendo que Kant hable por mi boca, y luego Nietzsche, y luego el que toque. Sólo que aquello era más difícil, mucho más difícil, porque, junto a unas ideas que había pensado por la mañana, por si acaso, habían aparecido en el estómago, o en el corazón, o en algún lugar de por ahí dentro unas emociones paralizantes, incontroladas, bombeantes que no me hacían ninguna gracia.  Puse las manos en sendas botellas que había por allí, dando una imagen seguramente grotesca y mostrando sin ningún disimulo que en algún lugar había que apoyarse. Y hablé.


Hablé con la voz fuerte, como habitualmente lo hago. Callaron enseguida. Los muy malvados tenían ganas de espectáculo y querían ver por dónde salía. Salí por donde no tenía pensado hacerlo: “Cuánto tiempo ha pasado ¿eh?”. Y empecé por pedir disculpas por las consecuencias de todos los posibles errores que hubiese podido cometer en toda mi vida profesional. Estoy seguro de que alguno cometí, pero más seguro aún estoy de que hay quien cree que lo hice. Me pareció elegante comenzar así y lo hice porque quería decir eso. Luego, me pareció justo agradecer a todos los que me habían  ayudado a llegar hasta allí, a los que me habían enseñado algo útil para las clases, a los que me habían dado su tiempo, incluso su sonrisa por un pasillo. La cosa iba bien o, al menos, así me iba yo animando para seguir. Abrí, a continuación, la puerta del futuro comparando lo que me había encontrado yo al llegar a la enseñanza con lo que veía ahora. Mi conclusión fue que todo seguía estando por hacer: había que buscar una administración a la que le importara de verdad la enseñanza, había que modernizar los métodos, había que dejarse de aulas de informática para introducir la informática en las aulas y había que eliminar la práctica individualista para adoptar estrategias comunes que mejoraran no sólo la disciplina, sino también la comprensión lectora, la ortografía, etc. Todo esto lo dije con ánimo. Me descubrí gesticulando, lo cual era señal de que había dejado de apoyarme en las botellas. Me quedaba poco que decir. Estaba llegando a la cumbre y este happening obligado y no querido estaba saliendo decentemente. Dije:
“Este oficio es duro, muy duro, pero tiene una ventaja: que se le puede encontrar sentido. Son los alumnos”.


Y ahí me rompí. Todas las tensiones del cuerpo, todas las emociones del alma, todas las contradicciones vividas en los últimos meses se concentraron en la Puerta del Sol de la garganta y me impidieron seguir. Una terrible amenaza de lluvia me llegó a los ojos y me senté. Estaba casi paralizado. No pude decir que si algo había aprendido a lo largo de mi vida en la enseñanza es que lo más importante son los alumnos, que lo que haces lo haces por ellos y para ellos y que nunca había que cambiar esa intención si no queríamos desvirtuar la enseñanza, que los alumnos son los que convierten el acto educativo en un acto humano. No dije nada de esto porque no pude, pero mi subidón emocional posiblemente hizo algo de efecto, lo cual, luego, me tranquilizó un poco.
Noté que al final algunos de los asistentes estuvieron más cariñosos conmigo que al principio, lo cual me gustó. Estuve hablando con un antiguo compañero de departamento. Noté que tenía la necesidad de saber cómo se sentía una persona que se jubilaba y me preguntó muchas cosas. Yo notaba que hurgaba en mi herida, pero no me importó, porque si algo he echado en falta han sido las experiencias de otros que ya vivieron lo que me tocaba vivir a mí. Casi todo me lo he tenido que inventar yo y eso es muy duro. De manera que en un par de ocasiones se me volvió a cerrar la garganta y el surtidor de los ojos funcionó levemente más de una vez. El muy cachondo me dijo que nunca había visto a un jubilado así, tan carente de entusiasmo por su nueva situación, y que se veía él con más actitud de jubilado que yo. El problema estaba y está no en que yo no tenga entusiasmo, sino en que lo tengo partido por la mitad. Una parte me acerca a los alumnos y la otra me aleja de ellos. Ese es mi problema.



viernes, 4 de febrero de 2011

Fargo



Fargo es un grupo de pop español que hace música que recuerda la de los años ochenta y que viene pisando fuerte últimamente. La cantante del grupo es Susana García Soriano, que estudió en el IES Luis Buñuel, de Alcorcón, hasta el 2009. Los que tuvimos la suerte de acudir a Dax (Francia) al acto final del Proyecto Comenius, de la mano de la profesora Cristina Crespo, pudimos gozar con el espectáculo final de la participación española, con Susana García y Mónica García de Castro cantando a dúo ante el entusiasmo de todos los asistentes.

Puedes oír a Mónica y ver más detalles de Fargo en su página oficial.



miércoles, 27 de mayo de 2009

Levanto la mano y la agito


Me gusta explicar que cada norma que seguimos tiene detrás una razón que la justifica, que la hace humana. No hay normas caprichosas y, si alguna lo parece, no hay razón alguna para que la tengamos que seguir. Se debe obedecer lo razonable y no lo caprichoso o lo irracional.

Hay muchas normas que tienen que ver con las manos. Por ejemplo, la norma de saludar dando la mano simboliza una actitud pacífica que viene de cuando se solía llevar la espada en el lado izquierdo de la cintura. Así, con la mano derecha o se usaba la espada o se le ofrecía libre al que se presentaba delante.


Otro ejemplo es el de la cruelísima norma vigente en algunos países musulmanes de cortarle la mano derecha a ciertos ladrones. Tal salvajada la efectúan en la mano derecha porque es la mano pura con la que deben comer. La izquierda es la mano impura. De esta manera se le condena de por vida, no sólo a usar sólo una mano, sino además a tomar los alimentos con una mano impura, sucia.

Pero ¿cuál será la razón por la que, para despedir a alguien, se adelanta la mano hacia arriba, de forma que la vea bien el que se va, e, incluso, se la agita? No sé cuál será el porqué de esa norma, pero me gustaría que a mí me dijeran con ese gesto que me están ofreciendo una mano para que me agarre a ella cuando lo necesite.


Esta es, al menos por mi parte, la intención con la que levanto la mano y la agito cuando se alejan, cada uno hacia su vida, los alumnos de 2º de Bachillerato.

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