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lunes, 23 de abril de 2012

Steinbeck: De ratones y hombres





Me parece que la obra muestra la condena sin remedio a la soledad de unos trabajadores en una granja norteamericana de principios del siglo XX. Son personas que aceptan su presente y su futuro, su situación, sin otra alternativa que la de mantenerla, y que sobreviven repitiendo y repitiéndose una y otra vez sus sueños, sus pequeños sueños que para ellos, sin embargo, suponen un cambio grande en sus vidas. Se refugian en un individualismo estéril y simple, pero que les basta para tener presente que existen. Esta es la degradante forma de vida que el liberalismo y el capitalismo les había hecho creer que era la normal. Hablan -los que pueden hacerlo porque no son objeto de discriminación racial o sexual-, pero no dicen nada, no se comunican entre sí. La explotación a la que están sometidos dejan ver su mala situación económica, pero su dimensión de seres humanos es aún peor. Si la vida es el resultado de las relaciones que establecemos, la de estos seres, que viven para trabajar y que están solos aunque estén en compañía, es una vida lamentable, nada apetecible, pero, al parecer, la única posible.

Este es el marco en el que se mueven George y Lennie, los protagonistas de la obra de Steinbeck.

George ha intentado salirse del sistema de vida habitual en su mundo. Ha renunciado a tener esposa, hijos, familia..., para hacerse cargo de Lennie, un enfermo mental incapaz de razonar con una mínima normalidad y que con mucho trabajo puede llegar a tener una cierta memoria. Simboliza la dimensión instintiva, irracional del ser humano, esa que tiene en la fuerza su atributo más distintivo. Lennie no es ni bueno ni malo, porque no tiene desarrollada su dimensión moral. Es un ser desvalido, necesitado, absolutamente dependiente, como un niño grande, muy grande, y dotado de una fuerza bruta descomunal con la que es capaz de matar ratones, cachorros de perro o personas, pero sin que logre saber lo que está haciendo y sin que en ello intervenga nionguna intención.

George, en un acto de generosidad que es lo más positivo, gratro y esperanzador de la obra, renuncia a sus propios sueños para cuidar de Lennie. El desenlace final mostrará la opinión de Steinbeck sobre la situación planteada y mostrará que, en el fondo, en el sistema liberal capitalista no hay cabida para el amor y que cuando acucia la satisfacción urgente de las necesidades más inmediatas, se resienten las relaciones humanas, se vician los comportamientos y los hombres caen fácilmente dentro del pozo de la brutalidad.

Los personajes tienen el futuro clausurado. Están instalados en la rutina y repiten machaconamente sus sueños como si fueran mantras liberadores. Lennie quiere cuidar de unos conejos con el mismo interés que un ciudadano hoy quiere ver asiduamente la tele o quiere que su equipo gane la Liga de fútbol. El pensamiento y las palabras repetidas les hacen creer en la ilusión de una liberación que saben imposible.

La mujer que aparece en la obra, que ni siquiera tiene nombre, es un ser que tiene roto su ámbito de relación con los demás. Vive crudamente su soledad en medio de un casamiento machista y absurdo en el que se ha tenido que refugiar y en el que es imposible que pueda existir como un ser humano.

De ratones y hombres es muy recomendable porque es un espejo en el que nos podemos ver hoy, a pesar de que esté escrita y ambientada en una época distante a la nuestra. Se representa en el Teatro Español, de Madrid, hasta el 27 de mayo de 2012.

Puedes ver reseñas de la obra en El País y en Periodista Digital.