viernes, 4 de septiembre de 2015

La única esperanza




Jóvenes que veis las noticias por televisión, que leéis los periódicos, que escucháis por la radio las atrocidades, las monstruosidades que están sufriendo los refugiados sirios y todas las personas que huyen de la maldad, de la crueldad y de la pobreza: 

Creedme, por favor, si os digo que no todo en el mundo es egoísmo, que no todo es dinero y afán de tenerlo, que no todo es inhumanidad, que no todos los gobiernos son como el de España o el de Hungría, que no todas las religiones son fanáticas, que no todo es como lo que veis. 

Creedme, por favor, si os digo que también hay solidaridad, y sensibilidad, y fraternidad, y compasión, y convicciones de que todos somos iguales en derechos, y hay seres humanos que cada día quieren crecer como seres humanos y no degradarse en bichos con aspecto humano. 

Creedme, por favor, si os digo que el mundo, las personas que vivimos en este mundo, necesitamos que critiquéis lo que veis y que sintáis y penséis y seáis de otra manera. 

Creedme, por favor, si os digo que esto es posible y deseable. 

Creedme, por favor, si os digo que sois la esperanza de la humanidad, que sois nuestra esperanza. Quizás seáis la única esperanza.

1 comentario:

  1. Tardará, tardará.
    Ya sé que todavía
    los émbolos,
    la usura,
    el sudor,
    las bobinas
    seguirán produciendo,
    al por mayor,
    en serie,
    iniquidad,
    ayuno,
    rencor,
    desesperanza;
    para que las lombrices con huecos portasenos,
    las vacas de embajada,
    los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
    se sacien de adulterios,
    de hastío,
    de diamantes,
    de caviar,
    de remedios.
    Ya sé que todavía pasarán muchos años
    para que estos crustáceos
    del asfalto
    y la mugre
    se limpien la cabeza,
    se alejen de la envidia,
    no idolatren la saña,
    no adoren la impostura,
    y abandonen su costra
    de opresión,
    de ceguera,
    de mezquindad.
    de bosta.
    Pero, quizás, un día,
    antes de que la tierra se canse de atraernos
    y brindarnos su seno,
    el cerebro les sirva para sentirse humanos,
    ser hombres,
    ser mujeres,
    -no cajas de caudales,
    ni perchas desoladas-,
    someter a las ruedas,
    impedir que nos maten,
    comprobar que la vida se arranca y despedaza
    los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
    y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
    se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
    Y entonces...
    ¡Ah!, ese día
    abriremos los brazos
    sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
    ni recelar de todo,
    hasta de nuestra sombra;
    y seremos capaces de acercarnos al pasto,
    a la noche,
    a los ríos,
    sin rubor,
    mansamente,
    con las pupilas claras,
    con las manos tranquilas;
    y usaremos palabras sustanciosas,
    auténticas;
    no como esos vocablos erizados de inquina
    que babean las hienas al instarnos al odio,
    ni aquellos que se asfixian
    en estrofas de almíbar
    y fustigada clara de huevo corrompido;
    sino palabras simples,
    de arroyo,
    de raíces,
    que en vez de separarnos
    nos acerquen un poco;
    o mejor todavía
    guardaremos silencio
    para tomar el pulso a todo lo que existe
    y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
    mientras alguien nos diga,
    con una voz de roble,
    lo que desde hace siglos
    esperamos en vano.
    Oliverio Girondo

    ResponderEliminar

Puedes expresar aquí tu opinión.