lunes, 17 de noviembre de 2014

¿Chino?



Este fin de semana he estado con amigos y amigas a los que quiero mucho y por quienes me siento muy querido. A todos he intentado, con palabras, con abrazos o con mis manos, transmitirles mis sentimientos y mis actitudes hacia ellos.

No he parado. Yo estoy físicamente cansado desde el año dos mil, más o menos, jajajaja, pero no he dormido demasiado. Sí he descansado psicológicamente, porque han sido un montón de experiencias gratificantes, llenas de cariño, de creatividad, de buena vida. Cuando encuentras cariño en personas de las que lo esperas y de las que no, la vida se te abre como un camino agradable por el que transitar con gusto, con placer. He ido fugazmente a un magosto, al que me invitó un amigo a quien se lo agradezco mucho. He estado con amigas que son como hermanas. Y hasta he hecho un curso de cocina de setas.

Ha sido precisamente en este curso en donde he podido vivir una experiencia intensa, sorprendente, inesperada. El curso era en un restaurante de muchísima categoría gastronómica, el Serrano, de Astorga. Al final de la sesión fui al servicio, antes de abandonar el local, en donde habíamos comido y bebido. Al volver, me abordó una de las participantes y me dijo que si me podía hacer una pregunta. Lógicamente le contesté que sí. 'Es que me da un poco de corte', me dijo. Procuré que se sintiera cómoda y que no se inhibiera a la hora de decirme lo que quisiera. Yo no tenía ni idea de por dónde iba a ir, pero creo que hay que hacer todo lo posible por comunicarse con los demás. Es lo lógico y lo humano. 'Venga, dime', le dije. Y con una cierta timidez, me dice:

  • ¿Tiene usted ascendientes chinos o japoneses?

Yo estaba en danza desde bien temprano. Durante la mañana estuve visitando a personas a las que quería ver, haciendo compras, comiendo en el propio restaurante un menú casi largo y casi estrecho, contestando mensajes, sin siesta, me fui al magosto, volví -me trajo amablemente Carlos, un detalle-, me fui al curso de tres horas y, al final, me preguntan que si soy de ascendencia china o japonesa. Nunca me había ocurrido algo así. Me han confundido con personas de todo tipo, me han dicho que tengo cara de profesor de autoescuela, me han parado por la calle preguntándome si vendo botones, me han dado besos creyendo que era el sobrino de la que me besaba, pero preguntarme si era medio chino o medio japonés, nunca me lo habían dicho.

Eran las diez de la noche y yo estaba más para allá que para acá, así que no puede reaccionar más que diciendo que no y preguntándole a la amable compañera que por qué me decía eso.

  • Es que tiene usted ojos orientales, me dijo.

Supuse que era del cansancio, que se me cerrarían un poco los ojos por el cansancio y esta encantadora compañera lo interpretó como que era un hijo del Oriente. Le dije que no. No le especifiqué nada de que era andaluz, con un abuelo cántabro y un bisabuelo gallego, porque no tenía ganas, pero me quedé perplejo. Se lo conté a Yolanda y aún le queda la cosa del chinito Manolín, o algo así.

La vida es una caja de sorpresas, pero te las pierdes si te cierras mucho, si te quedas en casa o si no te expones a que te digan que eres chino, a que te den un abrazo rebosante de cariño, que te inviten a un magosto o que te regalen una sonrisa, un beso o una mirada llena de amistad.


Buenas noches, o como se diga en chino, para mi compañera de curso.

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