lunes, 13 de octubre de 2014

Lo que veo cuando miro. Somos de pueblo



Me parece que somos de pueblo y que jamás hemos salido de él. Tenemos una mentalidad pueblerina, cateta, con unos muros enormes en las lindes que nos impiden ver nada de lo que hay más allá de ellas.

Creemos que somos el centro del mundo, lo más importante, lo único que merece la pena. Nos ocurre con el pueblo, pero también, y, sobre todo, con nosotros mismos. No es que nos queramos mucho, es que nos adoramos, hasta el punto de prescindir estúpidamente de todo lo que ocurra más allá de este pequeño pueblo que es nuestro insignificante mundo, nuestra tambaleante vida.

Ni cuando un virus insolente, como el ébola, se atreve a cruzar nuestras fronteras e instalarse en el pueblo, salimos de nuestra estrechez mental y vital. No nos importa que más allá del pueblo, en África, haya más de ocho mil infectados por el virus que llevan la enfermedad en condiciones lamentables. Ni nos apiadamos de un vecino al que las malas condiciones en las que le hacían trabajar hicieron que contrajera la enfermedad. Lo único que deseamos es que no nos toque a nosotros. Lo único que se nos ocurre sentir no es ni solidaridad, ni respeto, sino miedo, esa horrible vomitadura producida por nuestra propia inferioridad, por nuestra pueblerino sentimiento de limitación. Que no me toque a mí, ni a mi familia, ni a mi pueblo. Si le toca a otro, mala suerte. Eso es lo que sentimos sin pensarlo.

Realmente somos de pueblo, cortos de vista, humanamente pobres.


Buenas tardes.

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