martes, 5 de enero de 2010

Felicidades



De felicitaciones y de agua ha habido muchas lluvias estos días. La nochebuena, la Navidad, la nochevieja, el año nuevo … Sobraban los motivos para la felicitación. Mi familia es, además, muy dada a la práctica felicitatoria y añade el santo, la onomástica, a la lista de ocasiones felicitables. Y el móvil, el correo electrónico, Facebook, Tuenti y los procedimientos similares facilitan el mecanismo para poder acudir cómodamente al reclamo de la felicitación.

“Felicidades”. ¿Qué querrá decir esta expresión tan escuchada y tan dicha estos días? Haciéndole caso al sabio Wittgenstein, no debemos preguntarnos por el significado de las palabras, sino por el uso que hacemos de ellas, si es que queremos entender lo que decimos. Pues bien, ¿cómo usamos la palabra “felicidades”? ¿qué es lo que queremos decir con ella?

Viendo la cara de los que felicitan y conociendo también mi intención en diversos casos, se podrían distinguir varios usos de la felicitación. Veamos.

En primer lugar, el uso posiblemente más común de la felicitación sea el de hacerlo por tradición, porque en estas fechas se felicita y si no se hace, parece que quedas mal. No se dice nada especial con esta actitud, como tampoco se dice nada extraordinario con ella diciendo “Hola” o “Adiós”, salvo cumplir con una convención social más o menos vacía de contenido.

A mí estas convenciones vacías, que se practican sin saber lo que se pone en práctica, nunca me han gustado demasiado, porque me han parecido muy lejanas a un sentido humano de la existencia.

Una variante de esta actitud de cumplir con las tradiciones intentando no quedar mal es la del que felicita de paso y sin pararse, como diciendo “Venga, pasa de largo, que ya hemos cumplido y no tengo ningún interés en hablar de nada contigo”. También esta actitud la he visto y la he practicado algunas veces.

Con mejores intenciones viene el que te felicita, pero interpretándolo en clave de suerte, como queriéndote decir: “A ver si tienes suerte y te sale lo de ser feliz”. Es algo así como si te desean que te toque la lotería o que te salga bien un examen que no te has preparado. Hay aquí, al menos, una intención positiva, aunque desligada de cualquier relación real entre las personas que se felicitan. En mi opinión, esta es la actitud más frecuente en el acto de la felicitación.

Hay otra intención poco frecuente, pero muy realista y con mucho contenido, que consiste en advertir al otro de que la felicidad que se desea depende también de la actitud con la que viva la persona que es objeto de nuestra felicitación. La felicidad es el fruto de un proyecto vital determinado, de una actitud existencial concreta, y es muy difícil que sin que una persona ponga algo -lo que sea- de su parte, logre su felicidad.

La intención más humana me parece que es la que se descubre cuando lo que te dice quien te felicita es que va a hacer lo posible para que puedas ser feliz, que está dispuesto a embarcarse en el viaje que te pueda llevar a una vida mejor. Este es el deseo que tiene mayor sentido y el más alejado del tópico que confunde la vida con la emisión de palabras vacías con olor a cumplimiento y a mentira.

Creo que yo he felicitado estas fiestas de casi todas estas maneras. Y resulta en cierto modo paradójico que, igual que he felicitado varias veces sin darme cuenta de ello a varias personas, haya otras cercanas a mí a las que posiblemente no me haya dirigido a ellas de ninguna de estas formas. Quizás porque la intención era evidente y cotidiana y no requería de ninguna manifestación extraordinaria.

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